EL POTRO Y LA FRAGUA

El potro y la fragua. Dos palabras que se emplean cada vez menos en el lenguaje actual de la calle, incluidas las zonas rurales, y que pronto agotarán sus existencias. 

Hoy quiero explicar su significado y al mismo tiempo que se sepa por qué están ya en ese rincón del olvido donde dejamos todos esos trastos viejos que ya no se utilizan. Tal vez la culpa la tienen el progreso, la industria y que las cosas se van modernizando. 

El POTRO DE HERRAR es una estructura que servía para sujetar las vacas, burros o caballos y poderlos herrar (poner herraduras) o curar con mayor facilidad. 

La FRAGUA era el taller donde se fabricaban y arreglaban los útiles para los agricultores y las herraduras para el ganado. 

Y el maestro herrero el encargado de colocar las herraduras a los animales en el POTRO, que antes había fabricado en la FRAGUA. El círculo quedaba cerrado. 

Tanto la fragua como el potro en la Plazuela, en el corral de Concejo, que era un corralón grande por encima de la Fuente de los Tres Caños. 

En primer término, la FRAGUA. Edificio alto de planta baja divido en dos mitades. La parte delantera ocupada por el fogón, con fuego de carbón de brezo, el tremendo fuelle, el gran yunque y una pila con agua donde templar las herramientas. Todo ello adornado con hollín y telarañas por el techo y los rincones. No quiero dejar de contar que en mi infancia se utilizaban estas telarañas con hollín para cortar la hemorragia que tuviera algún animal en su cuerpo.  La parte trasera que servía de cuadra y pajar para el semental del ganado vacuno. 

La FRAGUA era propiedad del Ayuntamiento y se la arrendaba al herrero de turno y este a su vez tenía una iguala con los vecinos por aguzar y calzar las rejas. El herrero que conocimos cobraba en grano (media fanega o tres medias por vecino según convenio). Cobraba siempre al terminar el verano. Luego si hacía trabajos extras (punteros, herraduras, podones y demás) eso lo cobraba aparte y en metálico. 

Ser herrero era un arte y una liturgia digna de todo respeto. Nunca le vi ni a él ni a los que machacaban, que eran los dueños de las rejas, con guantes, ni gafas, ni calzado especial. Sólo llevaba un delantal de cuero atado a la a cintura para protegerse de las escorias que pudieran saltar al machacar el hierro candente. Desconozco cuándo empezó a funcionar la fragua. La documentación más antigua sobre ella data del año 1774. 

También en el dicho corralón, al fondo y a la izquierda estuvo el POTRO de HERRAR. En los años 60 del siglo pasado se trasladó, en el mismo estado que en el que se encontraba, el POTRO a una era del Calvario construyéndose un establo y pajar para el toro. Mientras que el herrero, Pedro Jete, levantó una fragua particular en otro pajar. 

En el lugar donde estuvo la FRAGUA y el POTRO, en la Plazuela, hoy en día nos encontramos con la Casa del Médico y la clínica de la Seguridad Social. 

El POTRO está en desuso, pero muy bien conservado, y es un monumento rural digno de ser visitado. Consta de seis piedras del país de una pieza, que no están labradas, y que las cuatro principales miden entre 2,30 y 2,50 metros,  colocadas en vertical en dos filas y clavadas en el suelo 50 centímetros. En la cabecera de la estructura, y a 70 centímetros de distancia, hay otras dos piedras más bajas, de 1,60 metros, además de los 50 centímetros hundidos en el suelo, unidas a las primeras con una pletina de hierro con agujeros para graduar la distancia que sujeta un yugo o uvio donde se unciría a la vaca a la hora de herrarla. Las cuatro piedras más altas, que forman un cuadrado, están unidas por un madero de álamo negro que de atrás hacia adelante mide 1,70 metros de largo y 20×20 centímetros de grueso. Está redondeado por las puntas y entra en un agujero circular hecho en las piedras. Desde la dicha madera se enganchaban, con una escarpia gorda, unas anchas correas que elevarían, a base de palanca y fuerza, al animal para ser inmovilizado a la hora de ser herrado o curado. 

Junto a las piedras altas delanteras hay dos piedras de 50 centímetros hincadas en vertical donde de sujetaban las manos o patas delanteras del ganado. Igual ocurre en la parte de atrás. 

Explicado queda dónde se colocaba al animal uncido y medio colgado y con una de sus patas en el apoyo correspondiente. 

Creo interesante explicar que los animales de carga, en sus apoyos para caminar, tienen un solo casco, mientras el vacuno en sus apoyos tiene una pezuña dividida por medio y a la hora de ponerle el “calzado” en las patas delanteras habrá que poner dos “callos”, uno en cada pezuña, sin embargo, en las patas traseras sólo necesita el “zapato” en la pezuña exterior. Es diferente en las caballerías que sólo necesitan una herradura. La herradura, pieza de hierro en forma de “U”, que se sujetará con seis clavos de cabeza gruesa en el previamente preparado casco del animal. A las vacas, una vez allanada la pezuña con el pujavante, se le pone un “callo”, por supuesto de hierro, parecido a un bizcocho, que lleva una pestaña en la parte interior y se acopla al casco a la vez que se clavan los cascos en la parte exterior de cada pezuña. Tanto las herraduras de los equinos como los callos de vacuno los fabricaba a mano el maestro herrero. 

Después de haber descrito y visitado el POTRO, que es el mismo desde hace cientos de años, excepto una piedra que estaba rota y la trajo Manuel Frutos de los Elechares con la máquina, yo me pregunto: y las otras piedras ¿quién las trajo? ¿De dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Tenían plomada, nivel o máquinas?

 Sólo me queda, al hablar de los abuelos, decir gracias, muchas gracias.

Rafael de Frutos Brun

Montejo de la Sierra 

Junio 2022

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