LOS AÑOS DEL HAMBRE

Rafael de Frutos Brun. Montejo de la Sierra

Estoy seguro que a muchos les sonará este titular, cuando menos sorprendente, y a otros les traerá un recuerdo poco agradable, pero pienso que alguna anécdota de entonces vendrá a su memoria. Esta frase quedó acuñada en nuestro pueblo y en el resto de España como resultado de 11 años, desde el 1940 al 1951, que fueron para todos de angustia, de necesidad, de preocupación, de aprender a compartir, de sufrimiento y de tristeza. La guerra había terminado, la economía estaba deteriorada, la agricultura por falta de medios, mal, la ganadería, peor, los jornales, cuando los había, duros de trabajar y blandos al cobrar, los alimentos, ropas y el tabaco racionados. La miseria, los piojos, la sarna, los chinches y pulgas provocaban enfermedades por doquier. Solo la esperanza de que aquello habría de mejorar, mantenía la ilusión de la población.

Digamos que fue una película larguísima y oscura que protagonizaron hombres y mujeres, donde los pequeños veíamos algunas escenas, que fuimos entendiendo cuando pedíamos un cuscurro de pan y no había de dónde tomarlo.

Hay que recordar, porque así sucedió, que los padres tuvieron problemas para sacar a sus hijos hacia adelante. Pero su espíritu luchador les hizo agudizar el ingenio, y aprendieron a hacerse sus abarcas, sus calzones de cuero y sus herramientas para la agricultura. Y cómo las madres hacían cuentas para que todos tuviéramos algo que llevarnos a la boca. Además de aprender a cocinar con casi nada, a hacer jabón artesano para lavar, a coser, a hilar y a hacer jerséis de lana y calcetines con cinco agujas. Tenemos que agregar que para completar la película en esos años cada agricultor debía entregar a la administración “el cupo forzoso” que consistía en entregar una parte de los cereales recogidos con arreglo a la superficie de tierra que sembraban. Y todo esto estaba acompañado de ese gusanillo que todos tenemos en el estómago cuando está vacío o casi. El pan que nos vendían era negro y escaso. Y así conocimos las almortas, y los boniatos, y las maíllas, y los perejones ahugosos y hubo quien llego a sembrar cacahuetes. Muchos aprendimos a pelar las naranjas sin tirar lo blanco que tiene junto a los gajos. Y hubo gente que terminó cociendo las mondas de las patatas. Años de hambre, de necesidad, de enfermedades y tristeza. Escaseaba todo y al decir todo, me refiero a todo.

Los milicianos se llevaron el cobre del tendido eléctrico y taladraron la turbina del molino, nos quedamos sin luz y hubo que echar mano de los candiles, el teléfono más cercano a doce kilómetros, el coche de línea llegaba ayudado por el gasógeno, ¿a muchos les suena el gasógeno? ¿Saben que las ruedas de los coches se recauchutaban?  ¿Y el Flit, recuerdan para que era el Flit? ¡Dios mío, que recuerdos! Todo ello se amortiguaba con humor cuando el niño pedía pan a su madre y ella contestaba: “Te voy a dar yo a ti las golosinas”

Afortunadamente llegó 1947 y un señor que gobernaba en Argentina y se apellidaba Perón nos concedió un préstamo de 350 millones de pesos (dinero), 400.000 toneladas de trigo, 120.000 de maíz, carne congelada, legumbres, aceite y otros productos. La vida y la cara de los españoles empezó a mejorar, por lo menos en los pueblos. Después vino su señora a España, también con ayuda. Nosotros por convenio mandamos corcho, plomo, zinc, mercurio, madera, textiles y maquinaria agrícola.

Pues esto lo vivieron y lo pasaron nuestras madres y nuestros padres además de preocuparse de nuestra salud, alimentación, la escuela, limpieza y sus tareas de casa y del campo. Vaya el abrazo emocionado más grande para todos ellos que supieron cumplir como héroes. LOS AÑOS DEL HAMBRE pasaron a la historia.

Noviembre 2020   

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