Y aquí va la despedida ya tenía que llegar el arcade se ha callado y ahora toca reposar

El Arcade Residente
por Chema Guevara
En la primavera de hace diez años aparecieron las primeras señales de una extraña presencia que trataba de hacerse un hueco en mi pensamiento. Creí reconocer en aquella voz interior el impulso juvenil que animaba las reflexiones sobre el mundo, la inquietud que alimentaba conversaciones interminables y acaloradas discusiones sobre la manera de poner remedio a los males que amenazaban a la humanidad.
Pero no, no se trataba de un reverdecimiento de ese coraje que rechaza el conformismo y persigue un sueño que acabe con la pesadilla, simplemente estaba siendo visitado por el espíritu de un antiguo morador de la Arcadia, el paraíso de la armonía social. Enseguida comprendí que aquel árcade había decidido abandonar su plácida existencia alarmado por una escena que acababa de contemplar: en las Azores se habían reunido unos peleles aguijoneados por la criminal ambición imperialista y estaban a punto de provocar un nuevo desastre que amenazaría la paz mundial en las próximas décadas.
A raíz de aquella iluminación supuse que el árcade me había elegido para propagar sus prédicas. Desde entonces, mes a mes, me he visto obligado a transcribir, con mayor o menor acierto, los mensajes, diatribas o augurios que me llegaban desde su perspectiva a medio camino entre la realidad y la utopía. Sermones de Perogrullo que hablaban de obviedades habitualmente ignoradas por el discurso hipócrita de la corrección política.
Pero residir entre los mortales ha sido para él un ejercicio agotador. Enfrentarse periódicamente a la estupidez humana, comprobando cómo se cumplían los peores pronósticos sin otra salida que la del drama de la inequidad, ha ido minando su perseverancia. Su mirada empezaba a ser tan repetitiva como insistentes y palpables eran las injusticias hacia los más débiles. Y así, después de tantos años, la dificultad para decir algo que no fuera ya evidente ha ido cansando esa voz hasta hacerla casi inaudible. Quizá, harto de los cantos órficos de tantos abducidos por las voces de sus amos, ha pensado que el tiempo de la palabra ha pasado, que no basta con decir, que hay demasiado ruido y faltan quehaceres. Ignoro si huyendo del hedor de la corrupción se habrá retirado al bucólico valle que le vio nacer. Pero estoy seguro que allí donde esté seguirá invocando a Némesis, la diosa que condenó a Narciso por su arrogancia y que simboliza la justicia retributiva encargada de castigar la desmesura entre los humanos.
Dudo si volveré a ser habitado por éste o por algún otro espíritu vociferante pero, mientras llega ese día, respiraré el vacío de esa presencia de la que tanto he aprendido.

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