SONRISAS CONGELADAS

Chema Guevara
El Arcade Residente

Los aplausos y las caras de satisfacción en la bancada popular al escuchar al Presidente de Gobierno proclamando que el déficit público para el año 2012 fue de 6,7 %, es una de esas imágenes parlamentarias que debería pasar a la historia como ejemplo del patético espectáculo que nos ofrece la política actual. Cuando el acercamiento a una cifra macroeconómica exigida por los poderes financieros, ya retocada para acercarla a la realidad, se convierte en baremo de éxito político para un gobierno que ha promovido el mayor y más rápido empobrecimiento del país con el objetivo de cumplirla, a nadie se le escapa que algo raro está pasando.
Escenas como esa sugieren la visión del debate parlamentario como la representación de un formidable teatro de títeres en el que los torsos de decenas de muñecos, parapetados en escaños y estrados, actúan movidos por un escaso número de manipuladores. Otra imagen que podría evocar cualquiera de estos debates parlamentarios corresponde a esa pintura negra en la que se muestra una riña a garrotazos entre dos personajes a los que hoy no es difícil imaginar como representación de los principales partidos políticos enterrados en el lodazal de la corrupción. Y es cierto que todos los grandes partidos están inmovilizados por ese barrizal, pero no hay que dejarse desconsolar con la convicción de que todos son iguales, y que eso nos impida ver las peculiaridades de algunos de los comportamientos políticos de nuestros actuales gobernantes. El gesto de orgullosa aprobación ante el anuncio del déficit parece una reedición del ya casi paradigmático «que se jodan».
Es ridículo que el cumplimiento de unas leyes económicas que cada día están más en entredicho por sus nefastas consecuencias para la población sea motivo para un regodeo victorioso. Pero también lo es el que esa cifra de déficit sea el resultado, como en tantas otras ocasiones, de un engaño contable. Retrasar devoluciones de la Agencia Tributaria o ignorar el rescate financiero es algo más que maquillaje, pero todo vale si se trata de apuntarse un triunfo y lanzarlo como reproche hacia los opositores.
Y a las pocas semanas, aquellas sonrisas de satisfacción de ministros y diputados se deberían haber congelado al recibir la corrección europea. Nada nuevo, ese rictus de sonrisa cínica lleva tiempo acompañando a justificaciones imposibles, al «y tú más», a explicaciones incomprensibles y a elocuentes silencios. Y es que la trayectoria del Partido Popular en los últimos años es un muestrario de falsificaciones, mejor o peor conseguidas, que abarcan desde las cifras macroeconómicas hasta la ética más elemental, desde los falsos programas electorales hasta las mentiras más disparatadas.
Así, el comodín de ETA que tanto vale para etiquetar a islamistas como a partidos o a movimientos ciudadanos, sigue circulando por los atriles de esos predicadores que cambiaron comunismo por terrorismo para designar al maligno que habita en todo el que no comulga con su idea de sociedad. Es el viejo truco de descalificar las reivindicaciones sociales presentándolas como la conspiración de una minoría radical. También dicen que demasiados gritos de protesta denunciando la injusticia no son buenos para la democracia -es como de supermala educación-, y que no se debe presionar a los responsables de tomar medidas que dañan a la mayoría de la población, especialmente a la más desfavorecida –se da por hecho que presión y violencia son atributos exclusivos del poder-. Incluso hay quién dice que, al mirar por la ventana, aquella turba vociferante le recuerda al fascismo, a los nazis,… y alguno pensará si no le habrá despistado el reflejo de su imagen en el cristal.
Son tantas las mentiras, tal el abuso de poder, que cada día la indignación de la ciudadanía empieza a ser menos condescendiente. Y es posible que esa mueca de risa congelada en nuestros dirigentes sea una forma de disimular el miedo a que se generalicen las exigencias de una justicia justa y de una democracia verdadera. O quizá, de puro susto, al creer que sus jefes europeos se han vuelto locos y ya no hay cifra que valga. Mira en Chipre, han insinuado que los ricos también deberían pagar. Sí, hablan de los rusos, pero quién sabe si no es una maniobra de despiste y hay algún comunista infiltrado en la Troika, o ¿serán los nazis?

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