Serie: ¿Qué tenemos en la cabeza? Colchones y Somieres

Paloma López Pascual – Psicóloga     

Todavía recuerdo, como si fuera ayer, a mi abuela y a mi madre escardando o escarmenando la lana de los colchones en el corral de la casa del pueblo, sentadas exactamente en el mismo poyato en el que yo estoy ahora pensando en cómo darle forma a este artículo.  Lo hacían cada verano, y a mí me maravillaba. En primer lugar, por la habilidad que se daban mi abuelo y mi padre para bajar los colchones enrollados por una escalera imposible, de lo estrecha que era y que sigue siendo (en realidad la escalera no está mal, pero desde luego no es lo suficientemente ancha como para bajar a trompicones hasta tres o cuatro colchones a través de ella).Y a continuación, cuando los colchones ya estaban en el corral, mis ojos se quedaban perplejos al ver a las mujeres de mi familia deshaciendo las costuras y empezando a dejar ver la lana.

Porque era tal cual, lana ondulada y blancoamarilla de las ovejas que unos días antes yo había visto esquilar a Luciano, padre de mi querida amiga Charo. Luciano cortaba la lana a las ovejas sin máquina alguna, con tijeras enormes en mano, una tras otra sin parar, dejándolas pelonas, flacas y medio asustadas pero, eso sí, muy fresquitas. ¡¡Qué habilidad!! Ni los más grandes estilistas de moda podrían hacerlo mejor y más rápido. Y yo, con mis siete u ocho años, pensaba que la lana de nuestros colchones se la había dado Luciano de sus ovejas directamente a mis padres y a mis abuelos el día anterior, igual que él y muchos otros vecinos y familiares del pueblo, generosa y amablemente nos regalaban cada verano lechugas, tomates, cebollas, calabacines… Y la tarde se volvía una fiesta, con el corral lleno de niños jugando mientras mi madre, mi abuela y alguna tía mía ayudándoles, se pasaban las horas dando vueltas y más vueltas a aquella lana, desenredándola, para después volver a coser la tela y dejar el colchón como nuevo. Decían que así quedaban más mullidos… No sé yo… Sin duda aquella primera noche seguro que se notaba, pero a las dos o tres siguientes, volvía la misma sensación de siempre al echarse en ellos: parece que te absorbían como arenas movedizas, sumiéndote en un hueco que tu cuerpo formaba al tumbarse, y del que era bastante imposible salir hasta el día siguiente. Lo más probable era que te quedases así toda la noche, improntando tu silueta en la lana casi como si estuviese fosilizada. Claro que al hacer la cama, había que darle la vuelta y pellizcar con mucha paciencia toda su superficie, para que pareciese que allí no había pasado nada, y quedase como nueva. Aprovecho estas líneas técnicas para hacer un homenaje a mi querida abuela Lina, madre de mi madre, y la mejor «hacedora de camas» del mundo, sin duda alguna incluso y, sobre todo, de las de colchón de lana. Porque hacerla bien en los de látex, muelles, etc, no tiene ningún mérito. Ella seguía todo un ritual con el que lograba que aquellos huecos que parecían baches imposibles de reparar, desapareciesen, y luciesen las camas casi lisas y dispuestas para volver a recibir nuestro cansancio de todo un intenso día de verano. Cosa difícil porque lo que sí es cierto es que, aunque el colchón de lana parezca muy bucólico, no es el mejor para la espalda, que se empezaba a quejar después de unos cuantos días descansando en él. 

Y toda esta larga parrafada, para describir la también larga vida de los colchones de entonces y, en general, de los objetos y utensilios de nuestros abuelos y abuelas. Yo aún guardo muchos de ellos, algunos con más de cien años, ¡¡y lo que les queda!! Casi lo mismo que a los de obsolescencia programada…

Hasta el «palabro» resulta ofensivo y emborrona los dulces recuerdos de la niñez. Pero la magia de la niñez por desgracia se acaba, y ha dado lugar a la caducidad rápida de los productos, resultado del ritmo frenético de vida que desde hace ya demasiados años hemos decidido llevar. Y lo que es realmente sorprendente es que esta rápida caducidad parece abarcar hasta a los colchones; los actuales, por supuesto; no los de lana de nuestras abuelas. De acuerdo que debemos de cuidar nuestros huesos, pero… ¿no es excesivamente exagerada la sustitución de colchones que hace la gente? Resulta todo un misterio. Cuesta pensar que realmente se tiren porque ya han cumplido su vida útil. Claro que si ya los han fabricado para que «caduquen» a los pocos años, entonces se comprende un poco más. Ahora bien, lo que no es de recibo, es que los propietarios de dichos enseres, en este caso «pequeños» colchones de 90×1.90 o de 1.35×1.90, se dediquen a esparcirlos por nuestra naturaleza, y no precisamente para hacer vivac. 

Es impresionante y a mí me resulta casi más misterio que el de la lana escarmenada, la cantidad desmedida de colchones abandonados en cualquier lugar más o menos cercano a unos contenedores. Como en un artículo precedente, me gustaría recordar que existen muchas otras opciones para hacerlos retirar, si es que hemos decidido que ya no nos sirven o lo ha decidido la obsolescencia programada por nosotros. Véase: Puntos Limpios  Municipales (teléfonos de contacto en cada Ayuntamiento) o recogida a domicilio que se ofrece para algunos pueblos de la Sierra (Mancomunidad de Servicios Valle Norte del Lozoya – Gestión de Residuos – Tlf. 910 60 80 60). ¿Se puede pedir mayor comodidad si te los recogen en la puerta de tu casa? ¡¡Pues ni por esas!! Es un misterio sin resolver el por qué algunas personas no utilizan los recursos que tenemos y agreden constantemente a la naturaleza, a sus vecinos, a su entorno y, en el fondo, también a ellos mismos. Cuando al pasear a veces los veo junto a contenedores, colocados en posición vertical, horizontal o incluso apilados, siempre fantaseo con cómo serán aquellas personas que huidizas y a escondidas, los sueltan clandestinamente, seguramente de madrugada… y pienso, como en el título de otro de mis artículos, «qué tendrán en la cabeza» para hacer esto. Lo dicho, todo un misterio.

Y sin embargo, como contrapunto positivo, merece la pena hablar del «colega» inseparable del colchón: el somier; el de hierro de toda la vida. Ha conseguido introducirse en el paisaje de nuestros pueblos -junto con las bañeras como improvisados pilones de agua-, como un elemento casi imprescindible. Es un buen ejemplo de aprovechamiento de lo que ya no nos sirve en casa. Y para muestra, un botón, porque una imagen, o varias, valen más que mil palabras. Aquí os dejo algunas fotos realizadas en mis paseos por nuestra sierra. Creo que han logrado integrarse en el paisaje de nuestro entorno, casi mimetizados con la hierba que crece junto a ellos, y aparecen reutilizados como buenas puertas de fincas, para que las vacas, ovejas y caballos no se dispersen fuera de las mismas o para marcar que aquel trozo de tierra es una propiedad privada.

Me enternece pensar que algunos de esos somieres representan a las generaciones de nuestros padres y de nuestros abuelos, años en los que las cosas eran mucho más perdurables, «más buenas», como ellos decían. Y cuando paseo con mis hijos me gusta mostrárselo, a ver si con buena suerte se cierra el círculo y vuelven a la tranquilidad necesaria para escarmenar la lana, y, sobre todo, los pensamientos. Haré todo lo posible para que sean reflexivos y opten por reutilizar el somier y por llevar su colchón gastado al Punto Limpio.

1 Comentario sobre "Serie: ¿Qué tenemos en la cabeza? Colchones y Somieres"

  1. Un articulo delicado, sencillo, ameno y bien escrito de gran contenido emocional que llama a la puerta de nuestros recuerdos y el regreso a la infancia en la España rural (y de la ciudad puesto que en mi casa de la ciudad, también se cardaba y vareaba cada año la lana de los colchones) cuando la naturaleza respondía exactamente al nombre,hoy bien podría llamarse estercolero, en especial algunas zonas, maltratando la tierra los Ríos, lagos, el mar, los bosques que hasta se han encontrado los materiales desechados de los hospitales,(en nuestra Comunidad, tal cual sin ni ningún pudor), y la familia era autodidacta e innovadora puesto que ya reciclsba y cuidaba con esmero lo antiguo.Este articulo es a su vez educativo en su esencia al llevarnos también al recuerdo del valor especial que tenia cada pieza de nuestras posesiones, de lo que ya comienza a borrarse en la tierra.
    Me ha encantado Paloma.

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