EL ESQUILEO

Defrutos256

Rafael de Frutos Brun – Montejo de la Sierra, 2019
Si analizamos un poco el pasado de Montejo, veremos que nuestros abuelos han vivido mayoritariamente de la agricultura y la ganadería, además de algunas otras ocupaciones, como el carbón vegetal, los tejedores, y algunos oficios particulares, con los que sacar la familia adelante.
Hoy quiero hablar del esquileo y su entorno. Hacia finales de la primavera de cada año se realizaba el esquileo de las ovejas, que era una celebración de las más grandes del pueblo, pues traía a casa el beneficio económico de la lana, y la tranquilidad de que las ovejas, una vez esquiladas y empegadas, irían mucho más descansadas y frescas con sus corderos de la invernada. Empegarlas consistía en marcarlas con la pez, o brea, en la parte alta de su lomo con la señal o iniciales de cada pastor.
¿Cómo, dónde y quiénes se encargaban del esquileo? En Montejo siempre hubo dos cuadrillas de esquiladores, «Los Generales» y «Los Patillas». Ambas cuadrillas competían noblemente por ver quién lo hacía mejor y más rápido. El trabajo se hacía en un pajar o en los corrales si el tiempo era bueno. Trabajo duro el de estos hombres. Dos de ellos se encargaban de legar las reses atando tres de sus patas con trozos de cuerdas de redes desechadas. Una vez trabada la oveja permanecía indefensa en el suelo. El esquilador se acercaba a ella y comprobaba la calidad de la lana. Después colocaba la oveja entre sus piernas y, completamente encorvado, empezaba la tarea con unas tijeras de unos 24 centímetros de largo y, más o menos, 300 gramos de peso. Y la vanidad interna entre esquiladores por ser el más rápido y mejor ocupaban sus manos y apenas se distraían, mientras el vellón iba creciendo como una nube. Pero también iba creciendo el dolor que les subía desde los riñones hasta el cuello, donde un pañuelo anudado servía para limpiar el sudor. Los mejores llegaban a esquilar algunos más de cuarenta al día. Y con el cuidado y esmero de no cortar a la oveja, ni de que le quedaran trasquilones. Si algún esquilador cortaba sin querer al animal, con voz potente decía: «¡Moreno!» e inmediatamente un niño de la familia respondía: «¡Moreno va!» y sacando de una lata el «moreno», depositaba un pellizquito de ese polvo negro en la herida producida. Así las ovejas quedaban libres de la gusanera. El moreno era mínimas virutillas recogidas en el horno de la fragua desprendidas de machacar las rejas.
Como anécdota, decir que si alguien de fuera acudía al rancho donde esquilaban, el saludo era «¡Ave María Purísima!» al que todos contestaban «¡Sin pecado concebida!».
Mientras esquilaban se cantaba la preciosa Salve de los Esquiladores a la vez que el dueño de las ovejas recogía el vellón sin dejar una preciada vedija de la lana en el suelo. Todo esto era acompañado y regado con una copita de aguardiente y unas galletas de vainilla por la mañana y un porrón de vino después del desayuno. El capataz de la cuadrilla anteriormente había concertado con el dueño el sueldo de los compañeros, que podía ser a seco (sin comida) o a «mojao» (que llevaba comida incluida.)
Si era a «mojao» la comida era todo un acontecimiento, ya que las mujeres tenían que cocinar para muchos hombres, cosa poco habitual, y la verdad es que en todas las casas los ganaderos echaban el resto. En muchas ocasiones se hacía un cocido con todos sus ingredientes. Otras veces el plato eran patatas con abundante carne. Y en otras podía ser un cordero asado. Pero lo que no faltaba nunca era un buen vino escanciado de un pellejo, que hacía hablar al más prudente y silenciaba al más hablador. De postre no podía faltar el arroz con leche o las torrijas en abundancia. Todo ello servido y tomado con buen humor. Anécdotas, risas, alegrías, compañerismo y recuerdo de otros años.
Volver al tajo, terminar la tarea y soltar un rato el ganado para que pudieran estirar las patas y comer, ya que había pasado el día esperando su turno para que las quitaran su abrigo.
En 1902 según el libro de caja de los esquiladores, la cuadrilla de esquiladores de Montejo, esquiló en Buitrago catorce mil cabezas, y se gastaron en aguardiente dieciocho pesetas, en vino ciento ochenta con cincuenta, en menestra cuarenta y tres con ochenta, en pan, ciento sesenta y seis con cuarenta, en carne, doscientas cuarenta, en patatas, trece pesetas y en el resto veinticuatro con cincuenta. En total, seiscientas noventa y seis con treinta pesetas. Tocó a cada esquilador de jornal diario dos pesetas con veinte céntimos.
En Paredes se esquilaron mil doscientas cincuenta y nueve cabezas, en Robledillo seiscientas noventa y seis, en Montejo se esquilaron mil novecientas noventa y una cabezas, cobrando ciento cincuenta y nueve pesetas con veintisiete céntimos.
Cuenta Matías Fernández que en Montejo llego haber 12.000 ovejas y todas las esquilaban las dos cuadrillas del pueblo, aparte de que salían a otros pueblos y eran muy apreciados en los mismos.
En la actualidad las esquilan a máquina, personas de fuera. Muy deprisa, no hay «moreno», no hay comida comunal, casi no se recoge lana, no se canta la Salve, apenas hay ovejas. Por lo mismo, el esquileo no se celebra como entonces. Los que lo hemos vivido lo añoramos y por eso lo escribimos.

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