EMPATIA

Chimo Marcos
Quiero empezar esta columna, de tanta importancia en nuestras vidas, por definir lo más ampliamente posible el significado de esta palabra. Según la Academia sería la intención de entender y comprender los sentimientos de los demás, dando todo ello a que compartamos sus problemas y necesidades, su dolor y sus alegrías, es decir nos integremos con el resto de la humanidad y participemos en sus vidas y seamos parte de todo lo suyo, lo bueno y lo malo, siempre que se nos necesite.
Sin duda es sorprendente que este sentimiento tan antiguo como la humanidad, corra tiempos en que desaparezca por completo en gran parte de los humanos, individualidades o multitudes, dando con ello en épocas de gran sufrimiento precisamente por la deshumanización que implica y que, cuando lo vemos con la perspectiva de tiempo, aunque solo sean unos pocos años después (muchos años después en algunos casos) no podamos comprenderlo y nos cueste aceptarlo como algo propio del ser humano y lo achaquemos a cualquier situación externa a nosotros mismos; le busquemos excusas que lo justifiquen, aunque sepamos y nos lo neguemos que no tienen explicación sensata alguna y sea solo de la parte de maldad que nos es también natural.
Tenemos ejemplos muy recientes, se han producido en estas últimas generaciones y casi todos los recordamos y los hemos sentido a nuestro alrededor; si tenemos más de 50 años recordamos los momentos en que estuvieron de actualidad, me refiero al estalinismo y al nazismo. Ambos movimientos, desprendidos de sus aparentemente justas razones en sus inicios que venían cargados de razones políticas para solucionar los problemas eternos de la humanidad, como son la desigualdad y la enorme riqueza de algunos y el sufrimiento y pobreza de los más.
El comunismo atacaba a la riqueza, sobre todo a la no productiva y que solo servía para dar más y más amplia felicidad a los pocos, con detrimento siempre de los derechos de los muchos. Para ello preveía una mejor distribución del beneficio del trabajo, repartiendo de algún modo más proporcionado la riqueza creada por dicho trabajo, igualando de algún modo los beneficios para su reparto en los creadores, y empezando por los trabajadores como motor primero de ese crecimiento, etc.
Por lógica humana, egoísta, pero humana por eso precisamente, se enfrentaba esa concepción de los derechos con los propietarios de los medios de obtención de esos beneficios que solo entendían que premiara a los que disponían de los medios, el dinero en suma necesario para su obtención y considerando el trabajo como una razón de menor cuantía y que bien pagada estaba con darle las migajas que se les daba, ya que de otro modo pensaban que ni siquiera eso tendrían, pues nada poseían.
Fuera esto la tierra o las fábricas, el capital en suma que permite el aumento de la riqueza que el trabajo convierte en fruto final. Ante esta clara injusta situación hubo un movimiento mundial que vino a solucionar en parte este sangrante problema, pero que no se detuvo en esa fase, sino que extrapolado políticamente vino a cambiar gobiernos, a volver del revés estados, etc. y facilitar la creación de dictadores, más o menos disfrazados de gobernantes bienhechores para sus pueblos que hicieron de las matanzas generalizadas las políticas habituales en las que se movieron con la idea de acabar para siempre (esto es importante, esperaban o así decían, que eran ya para siempre) con esa injusticia sufrida por sus pueblos a manos de los capitalistas.
Y ¿qué decir del nazismo? El nacional socialismo era, de algún modo, otra forma de caudillismo, pero que solo salvaba de su ira, políticamente, a aquellos que se identificaban con los creadores de la idea. No otra cosa era el fascismo: el poder en mano de los elegidos. Aquí no valía aquello de si eras propietario, capitalista claro y confeso o un paria de la más baja plebe (siempre desde el punto de vista económico) , pero sí en cambio si profesabas las ideas que te inculcaba la nueva política, el nuevo poder, el dictador de turno y su equipo.
A ello vino a unirse una particular xenofobia, que se cebó en el antisemistismo del mayor dictador iluminado de la historia, al menos de la moderna y a los que añadió, en sorprendente giro, a los gitanos; cualquier otra raza que ellos consideraron inferior; comunistas, simplemente por su definición; intelectuales que no coincidieran en su apreciación de la verdad, la de la supremacía de la raza aria y otras parecidas; a los de cualquier modo disminuídos por taras físicas o mentales, etc. En resumen a todo el mundo menos a los adictos a sus regímenes e ideas políticas
Haber intentado una conversación seria con estos energúmenos nos habría costado su rechazo más violento, y a veces quizás la vida. No entraba en sus ideas la posibilidad de que alguien, aun siendo reconocido como persona de ley, bienpensante y de estabilidad emocional conocidas, pudiera tener razón desde el momento en que no compartía sus ideas.
¿Empatía… y eso, qué es?

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