POMPAS FÚNEBRES

Chimo Marcos
Utilizo ex profeso esta definición ya anticuada, o en todo caso relativa solamente a los fallecimientos de famosos, para resaltar lo que los modernos entierros tienen de distinto cuando se los compara con los que se hacían antes. Y no voy a referirme solamente a los pomposos, sino a los de todo el mundo.
En primer lugar está el sentimiento humano. Nadie duda en principio que aquellos que preparan un funeral (¿o debemos llamarlo solamente entierro?) tienen en mayor o menor medida dolor por la pérdida del ser que se pierde en aquellos momentos, pero ese sentimiento no será seguramente muy diferente al que hería a esas mismas personas hace 30, 50 o más años y en cambio lo que es muy diferente es la forma en que nos comportamos con el paso del tiempo.
En primer lugar llama la atención ver lo que ha pasado con el costo de un entierro, digamos normal. Quizás porque aquellos que yo recuerdo eran realizados por los ayuntamientos; no incluían ningún lujo, como no fuese en la adquisición de un ataúd; los más comunes eran todos al mismo precio, que estaba de verdad al alcance de cualquier familia, si bien los más necesitados podían tener que pedir algún préstamo, pero que nunca les arruinaba. Igualmente mucha gente tenía seguros para el deceso. Recuerdo que la compañía Ocaso (todavía vigente hoy en día) tenía un seguro que se pagaba mensualmente y que no suponía una detracción de los ingresos de cualquier familia, pues tenía una póliza con pagos prácticamente ridículos.
En todo caso, quizás lo que mejor refleja esa cuestión de muertos con dinero o sin dinero, sea un chiste que corría, supongo, desde los tiempos de los coches de caballos, o sea cualquier siglo pasado. Dos amigos pobres de solemnidad, parados en la acera ven pasar un coche mortuorio: una bellísima carroza, tirada por 6 hermosos caballos, seguidos luego por una multitud de coches, carrozas, etc. Y entre ellos se dicen: «fíjate, que cantidad de coches y caballos, como se ve que era rico el difunto, en cambio tú y yo, como somos tan pobres, cuando nos muramos tendremos que ir andando». Sin duda quiero creer que los dos amigos exageraban, pues nunca habría faltado quien de cualquier forma los enterraran. Hoy, además, si llegas en esa situación en mal momento, coincidiendo con tu muerte, siempre los servicios del ayuntamiento más cercano te llevaran en coche y con presteza.
Y uno tiende a preguntarse: bueno y ¿qué es lo que ha pasado para que entre el coste del sepelio, el pago al cementerio, al ayuntamiento y otros más, el correspondiente IVA, el precio total de cualquier entierro no baja de los tres mil euros: medio millón de las pesetas de nuestro recuerdo. ¿Tiene esto que ver con el Euro? ¿Hemos llegado a estas cifras por culpa del redondeo?
No, no señor, esto se debe a una vez más la especulación con las necesidades de los más. Todos debemos morirnos (sí, sí es nuestra obligación a su debido tiempo) y ante esa verdad absoluta, añadámosle que en el momento de ocurrir, poco o mucho, todo el mundo está obnubilado y pensando en cualquier cosa menos en regatear el costo que te vas a ver obligado a hacer.
Hay una forma de gastar algo menos, pero esta ya tiene que ver con las ideas y/o creencias de la familia que, al fin y al cabo, solo pone en marcha lo que el finado hubiera deseado en vida, y esa es la incineración. Pero al contrario de lo que pudiera pensarse, este tipo de entierro no ahorra gran cosa; ya se las han arreglado para que no te escapes por ahí tampoco. Mi último pago por esta forma de sepelio no bajó de los dos mil euros.
Si se piensa bien, lo mejor sería no morirse.

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