EN RECUERDO DE FRANCI SCO, EL CURA DE BUITRAGO

 

 

 

Jaime González Taboada – Consejero de Medio, Administración Local y Ordenación de Territorio
La dimensión de la grandeza humana no se gradúa por la magnitud material o la repercusión mediática. A menudo, los seres humanos más notables diluyen en su cotidianeidad, una labor abnegada que solo la perspectiva del tiempo atestigua como ingente.
Es en ese día a día, desapercibido, distante del titular, en el que se forjan empresas descomunales, revestidas de humildad y de sosiego. Seres luminosos que iluminan sin deslumbrar.
«Por sus obras los conoceréis», reza la cita bíblica como una pista inequívoca para desbrozar lo esencial de lo superfluo. Es la elección de Dios por los sencillos, tocados por la vocación de servicio en una constante entrega, en la opción suprema del amor que convierte el dar en darse.
Ha muerto don Francisco Párroco de Buitrago del Lozoya. Acaso baste este título en la escueta formulación del cargo diocesano pero se me antoja escasamente identificativo de la realidad de don Francisco por varias razones.
Porque la entrega no es un mero atributo o cualidad, sino una forma de vida y la vida de don Francisco no era únicamente su parroquia. Es más, en la parroquia de don Francisco tenían cabida todos los parroquianos, con independencia de su pertenencia.
Sí, en efecto, don Francisco fue Párroco de Buitrago durante más de cincuenta años; sin embargo su forma de entender el ejercicio de su «oficio» no fue solo el púlpito. Regó la siembra de su prédica, con el agua de sus obras, la nutrió con el abono de la paciencia y roturó su campo de actuación con surcos de perseverancia. Solo así puede explicarse una cosecha tan abundante, recogida de forma paulatina, con tenacidad, con la tozudez de los hechos sencillos que se adhieren al alma simple, lejos del artificio del espectáculo.
A partir del embrión de las escuelas taller, con el propósito de que la educación alcanzara a toda la Sierra Norte, forjó el Colegio de Santa María del Castillo, actualmente, Colegio Gredos San Diego. La mayor parte de sus habitantes, deben una mejor educación a la «santa» obstinación de don Francisco, que ha cuajado en buenos profesionales, trabajadores, políticos y gente de bien.
Su labor social ha sido grandiosa. Auspició la Residencia Hospital San Salvador, la escuela especial de San Mamés para alumnos con dificultades. Ejerció de eslabón dinamizador para la creación de empleo en la zona. Colaboró de forma esencial con la Fundación Rojas en el proyecto de la Residencia de Ancianos.
Misterios de una época en que la pobreza exigía el paso al frente de los valientes, de nobles sin alta cuna, de brazos fuertes para resistir la adversidad, manos firmes curtidas en la incansable labor, en el estímulo de una palmada, en la ternura de una caricia. Vocación interior transmutada en misión exterior, para los demás.
Ese es el legado de don Francisco, la síntesis de un servicio a la humanidad encarnada en la vecindad serrana; en un escenario a veces duro, siempre bello, rodeados de silencios, en donde es más fácil presentir la presencia de Dios.
El ejemplo de su vida es la mejor homilía, el camino de evangelización perfecto. Si su obra no hubiera estado acompañada de la orientación evangelizadora, hubiera sido baldía porque solo la asistencia de una finalidad transcendente, puede explicar este sacrificio continuado sin desfallecimiento.

Hay personas que no mueren porque perviven en su obra, en el recuerdo de las personas pero en el caso de don Francisco no solo es su obra o su recuerdo, es que su actividad benéfica predice la inmortalidad en su propia proyección personal que siempre cuidará de la Sierra y de sus gentes.
Lo de menos es la repercusión de la muerte que en los personajes célebres, se contempla como paso a la posteridad que alimenta una estéril vanidad; en don Francisco la sencillez se convierte en el envoltorio de la grandeza de un alma distante de la fama. En él se hace evidente que la muerte es el tránsito a la eternidad.

 

 

 

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