¿TOLERANCIA CERO FRENTE A LA VIOLENCIA DE GÉNERO?

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Si una afirmación rotunda escuchamos con frecuencia en los medios, es esta. Suena bien, la mayoría de quienes la escuchamos asentimos y formamos una piña: somos la gente buena, no como esos hombres monstruosos que matan y que golpean a sus parejas femeninas, no somos como los que justifican las agresiones. La sociedad permanece unida frente a la violencia machista en la pareja. Todo está claro, nuestro mundo avanza, podemos dormir tranquilas/los.

Un mensaje claro llega mejor, de acuerdo. Sin embargo, lo que queremos expresar en este artículo es que si los actos no alcanzan la altura de las palabras todo sigue igual, salvo la buena conciencia reforzada de quienes dan y reciben esas buenas palabras. Para actuar eficazmente hemos de comprender antes, no podemos quedarnos en una frase, en un cartel cada veinticinco de noviembre, en un comentario reprobador tras cada feminicidio. Mientras la mayoría dormimos tranquilamente, cientos de mujeres en la Sierra Norte han perdido la calma, incluso sin saber claramente por qué, debido a que su pareja masculina las maltrata. Ni duermen bien, aunque ellas también escuchan los mensajes tranquilizadores en los medios, ni se encuentran bien de día. Su autoestima se desploma, ceden cotidianamente en sus derechos y en su dignidad para intentar ganar un poquito de paz, pierden también la salud y circulan interminablemente por el sistema sanitario sin que se les pregunte algo tan simple como qué tal va todo por casa. Sus hijos e hijas sufren la violencia en primera persona y aprenden modelos masculinos y femeninos muy dañinos. Las niñas aprenden a considerar la violencia como parte del amor, a no ver las primeras señales, a asumir que ellas son inferiores por naturaleza, que él tiene privilegios y ellas, obligaciones. Su entorno próximo también sufre el dolor de la mujer y de los menores.
El Punto Municipal del Observatorio Regional para la Violencia de Género constituye un recurso público especializado para víctimas de violencia de género en la Sierra Norte. En el año 2013 atendió a 53 mujeres nuevas, la punta del iceberg que diferentes estudios comunitarios y nacionales describen con una magnitud en torno al 10% de la población femenina adulta, incluyendo tanto la violencia psicológica como la física y la sexual. No resulta fácil pedir ayuda y abordar algo tan doloroso, hacen falta mucho valor y mucha lucidez. Estas mujeres tienen edades varias, la mayoría son españolas pero un 40% proceden del extranjero, 37 tienen descendencia a su cargo, 23 carecían de ingresos propios… Solo 20 mujeres denunciaron, el resto prefirió no hacerlo. Un dato para reflexionar sobre la percepción de la eficacia del amparo judicial en un estado de derecho por parte de unas mujeres cuya integridad física y moral sufre agresiones continuadas en el tiempo. Y existen otras muchas violencias cotidianas además de las que atiende el Punto, para las que nos falta espacio en este artículo.
Volvamos a la comprensión para actuar mejor. Esta minoría de hombres (aunque es una minoría ciertamente numerosa), ¿están enfermos mentalmente hablando, actúan así a causa de la ingesta de drogas o son tal vez psicópatas antisociales? En general, no. El hombre que agrede a su pareja no es un monstruo, suele ser una persona bien socializada. Su violencia no es irracional sino comprensible y procede de una determinada interiorización de su rol como varón. Responde a unos estereotipos sociales y a unos prejuicios que nada tienen que ver con diferencias biológicas. Nos referimos a la rigidez en los roles sociales; al embotamiento emocional de los varones, sin contacto con sus emociones básicas; al mandato de cuidar incondicionalmente que las mujeres reciben; a la sobrevaloración de lo tradicionalmente considerado masculino (razón, poder, jerarquía, dinero, violencia física); al menosprecio de lo tradicionalmente considerado femenino (las emociones, lo privado, la provisión de cuidados, la maternidad, la comunicación interpersonal); al ninguneo de la mitad femenina de la población en el lenguaje; al menor salario promedio por igual trabajo; a la cosificación del cuerpo femenino para uso y disfrute masculino…Del inmenso polvo de la desigualdad nos viene el lodo de la violencia.
Esta lluvia ácida patriarcal nos ha contaminado desde antes de nacer, en el mismísimo vientre de nuestras madres. Vista la impregnación social, podemos afirmar que ninguna ley y ningún gobierno nos van a librar de la violencia de género en general o en la pareja en particular. Solo nos liberaremos como seres sociales que asumen su capacidad de transformación colectiva e individual. Todas tenemos cuentas pendientes con el patriarcado. Muchos varones, por justicia, por dignidad y en busca de la felicidad, también podríamos decir basta. Usemos nuestros malestares como motor de cambio.
Tolerancia cero frente a la violencia de género, sí, pero comenzando por mí, por mi proceso de deconstrución y reconstrucción como ser social.

 

Aula de Género de la Uniposible.

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