EL GRAN PACTO

Chema Guevara
El Arcade Residente

De alboroto en alboroto, el gallinero mediático devora la actualidad con urgencia, entre alarmas y aspavientos acaban por infundir una confusa sensación en la que se mezclan avidez e intriga con hartazgo y desafección. Prestar tanta atención a declaraciones, rencillas o reproches que se circunscriben al entorno de los partidos políticos solo sirve para ahondar en la dudosa idea de que en ellos reside el poder. Si la derecha utiliza su mayoría absoluta para legislar a favor de los intereses económicos de su clase o siguiendo las directrices de los sectores más retrógrados de la sociedad, es gracias a la oportunidad que le ofrece la dictadura financiera supranacional. El actual gobierno, y el anterior, han declarado públicamente la imposibilidad de aplicar medidas diferentes a las que se imponen desde los verdaderos centros de poder.

¿A qué viene entonces ocuparnos de sus conflictos internos? Son discusiones de un patio de vecinos que al resto del barrio apenas le interesan. Unos y otros tienen demasiada basura a su alrededor y cuando proclaman la necesidad de un gran pacto entre los partidos mayoritarios da para pensar si, en el fondo, no estarán buscando una alianza para mantenerse en la poltrona ignorando el desdén de la ciudadanía.
Y mientras buena parte del despliegue informativo se centra en el cotilleo político, el desastre económico avanza implacable para la mayoría de la población y la justicia permanece anclada en la defensa de los privilegios de unos pocos. Cuando un ex director financiero responsable de una gran estafa -al que bastó una buena amistad como acreditación para acceder al puesto- puede reunir en una mañana los dos millones y medio para salir en libertad bajo fianza y un universitario debe abandonar sus estudios por la imposibilidad de conseguir en un año los dos mil euros de su matrícula, cuando los consejos de administración de bancos y grandes empresas fijan retiros millonarios para sus componentes mientras los pensionistas y parados ven reducidas o eliminadas sus prestaciones, cuando las argucias fiscales de grandes capitales y empresas permiten reducir su contribución al estado y a un trabajador sometido a un ERE o a un beneficiario de un plan de pensiones le aumentan las retenciones reduciendo su escaso poder adquisitivo, cuando a los pequeños ahorradores les rompen la hucha y les quitan más de la mitad de su dinero para escamotearlo en los libros de contabilidad,… cuando en tantos casos resulta evidente la brutal disparidad de las normas y su desigual aplicación podemos deducir que no hablamos de una crisis económica, es más acertado denunciar que estamos ante el ataque furibundo de una minoría que impone un modelo de sociedad terriblemente injusto.
Transcurridas más de tres décadas en las que el fundamentalismo del mercado ha ido copando el pensamiento político asistimos a los estertores de un modelo fracasado, no para ese uno ciento que ha visto crecer sus ganancias, sino para el noventa y nueve por ciento restante de la humanidad que está sufriendo el empeoramiento de sus condiciones de vida. Vivimos las consecuencias de declarar a una teoría económica como principio fundamental de organización social, dogma de fe del que se deriva una estricta doctrina que está por encima de la política, de la justicia y de la ética.
Sometidos a esa disciplina, los grandes partidos políticos aprovechan para aplicar las medidas que favorecen a sus adeptos y donantes o disimulan su incompetencia con retórica populista. Poco podemos esperar de ellos para acabar con la actual situación. Es necesario un gran pacto, sí, pero de la ciudadanía, de todos los sectores sociales que están siendo desposeídos de sus derechos por la acción agresiva de los fundamentalistas del mercado.

(El Arcade agradece la corrección de una lectora que señala el error del pasado mes al escribir «infringir» donde debería decir «infligir»)


arcaderesidente@yahoo.es

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