ENGAÑOS ANCESTRALES

El continuo aplazamiento en la toma de decisiones para atajar el imparable deterioro económico de gran parte de la sociedad europea irrita a los ciudadanos que, día a día, ven cómo sus condiciones de vida siguen empeorando. El temor a unos resultados electorales en Grecia que pudieran cuestionar la devolución de las deudas a los usureros dejó de ser la justificación para la inestabilidad de los mercados. Inmediatamente, las incertidumbres necesarias para hacer de la especulación un negocio lucrativo se han prorrogado a lo largo de un calendario de sucesivas citas al más alto nivel político. Y el resultado siempre es el mismo, una perversa combinación de recortes enérgicos y tímidas promesas de estímulo, sin ninguna mención a la posibilidad de cuestionar la validez de un modelo depredador e insostenible.
Confiar en que en algún momento esos dirigentes, tan sonrientes en las llamadas fotos de familia (¿quién será el Padrino?), vayan a tomar las medidas necesarias para corregir el desastre, es una prueba de ingenuidad o, en el caso de sus más acérrimos seguidores, un acto de fe. Sean de veinte, de diecisiete, de ocho o de cuatro, las reuniones de los nuevos caciques sirven para poco más que suministrar titulares a los medios, ávidos de cualquier declaración con la que fabricar una noticia que siempre es perecedera.
Por más que una estricta gobernanta, un moderado socialdemócrata, un asesor de mercaderes y piratas, y un balbuceante registrador de la propiedad, se reúnan en Roma para hablar de negocios y hacer bonitas promesas, difícilmente serán tomados en serio por quienes llevamos casi cinco años asistiendo a los discursos titubeantes de tantos dirigentes dirigidos. Y lo más patético es que, probablemente, tampoco convencerán a ese monstruo insaciable al que adoran con temor y sumisión.
En muchas sociedades primitivas, la dificultad de comprender el origen de los fenómenos naturales o la incapacidad para enfrentarse a situaciones difíciles, dieron lugar a la aparición de creencias en seres superiores e inaccesibles que regían el destino de los humanos. El éxito y el fracaso no parecían ser consecuencia de actuar de una determinada manera sino del capricho de unos dioses a los que se debía contentar con ofrendas y sacrificios. Surgieron entonces los intermediarios que, gracias a las donaciones de la comunidad, intercederían para ganar el favor de los dioses.
Hoy, en la era de la información, a pesar de los enormes conocimientos adquiridos por la humanidad, nada parece haber cambiado. Los nuevos sacerdotes quieren convencernos de que nos enfrentamos a oscuras e iracundas fuerzas superiores a las que debemos sosegar con nuestros tributos. Así perpetuán el engaño de su necesaria presencia, extendiendo la confusión y el miedo.

 

El Arcade Residente

Chema Guevara

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