SOMETIDOS A EXTORSIÓN

El Arcade Residente
Los acontecimientos económicos que acaparan la información siguen atenazando el pensamiento y los estómagos de la mayoría de los ciudadanos que asisten atónitos al deterioro de sus condiciones de vida. Las exigencias planteadas desde las instituciones que intentan por todos los medios sujetar una estructura en ruinas transmiten a la población un sentimiento de impotencia e inseguridad que mina su capacidad de reacción ante situaciones de evidente injusticia.
No resulta sencillo valorar la cuantía de las cifras que se utilizan en los presupuestos de un estado o en los beneficios de las grandes empresas y de la banca. Son cantidades tan grandes que escapan a la comprensión de la mayoría de los mortales. Pero cuando se imponen recortes en el gasto público en temas tan sensibles como educación y sanidad y a los pocos días se anuncia que más del doble de ese importe será utilizado para «sanear» el chiringuito de unos usureros, es difícil no experimentar un ataque de indignación. Si a eso le añadimos la publicación de los sueldos e indemnizaciones a los gestores y consejeros responsables del desaguisado, la sensación de estar ante una enorme burla es inevitable.
¿Cuál debería ser la reacción ante situaciones como esta? Parece lógico que la población mostrara su rechazo de forma airada exigiendo que la justicia imponga penas a todos los que participaron en la mala gestión del dinero de sus clientes, incluidos organismos, instituciones y gobiernos que no quisieron atajar una dinámica empresarial arriesgada y fraudulenta. Sin embargo, es probable que este desastre financiero pase a engrosar la ingente lista de despropósitos económicos a los que el fin del actual modelo de capitalismo nos tiene abocados.
Todo parece indicar que, una vez más, el temor a que la caída de las instituciones financieras nos arrastre a niveles de pobreza inimaginables hasta hace pocos años moderará la reacción ciudadana. Esa parece ser una de las características de los tiempos que estamos viviendo: aún sabiendo que el sistema está podrido preferimos seguir comiendo de él antes que aceptar la necesidad de cambiarlo.
La poderosa combinación del miedo con la saturación de informaciones económicas coloca a muchos ciudadanos ante dilemas aparentemente irresolubles. Buena parte de los europeos se sienten confusos e impotentes ante la evidencia de que los más elementales principios democráticos se tambalean agitados desde los centros de decisión financiera que dictan la política a seguir. Ha sido llamativo el repentino cambio de discurso europeo cuestionando el dogma de reducción de déficit como única salida a la crisis. Es cierto que podría deberse a las elecciones presidenciales en Francia pero no es descartable que haya sido provocado por el agotamiento del vergonzoso negocio de especular con la deuda de países en dificultades. En cualquier caso, ya es tarde para Grecia, donde la repetición de las elecciones es un buen ejemplo de cómo los ciudadanos se ven forzados a reconsiderar sus decisiones y enfrentarse a la disyuntiva de votar lo que sienten o lo que, según dicen, les conviene. Negar el poder político a los partidos mayoritarios, cómplices de los especuladores, es una opción no admitida.
Y es que, aparentemente, no tenemos escapatoria, nadie puede negarse a pagar a quienes se enriquecen con nuestros ahorros o con nuestras deudas. Con todo lo que está ocurriendo es difícil sustraerse a la sensación de que, de una manera más burda o más sutil, nos están extorsionando.

Chema Guevara

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