EN DEFENSA DE LA LECTURA

Parece mentira que tantos mundos estuvieran recogidos en un solo estante. En el salón lucían doce o quince libros. Todos me llevaron a lugares increíbles y que solo he visitado en esa época y con aquella imaginación: Los Hermanos Karamazov (Dostoyevski), Las ratas (Miguel Delibes), la biblia (muchos autores), un resumido ejemplar de salud en el hogar (este es mejor olvidarlo, era nefasto), Guerra y Paz (León Tolstoi) y la estrella, mi pozo de sabiduría: “La novia era demasiado hermosa” (Odette Joyeux). Este título garantizaba momentos de felicidad con mis amigas, sumergidas en ese erotismo infantil que no se vuelve a vivir y cuyo regusto queda en el ADN. Les leía el libro por entregas, con selección de asistentes y en lugares por donde no pasaba nadie. Ha habido muchos otros, pero ninguno me ha permitido atraer tantas seguidoras, me sentía como el flautista de Hamelin. Es el libro de los libros, con una foto en la portada de una rubia de peli americana de los años sesenta que lo decía todo sobre los placeres de la lectura. En este momento iconoclasta de mi vida, se me ocurre que hacer animación a la lectura de portadas “prohibidas” tal vez enganchara a niños y adolescentes. 

Las ratas es un título de Miguel Delibes. Jamás lo he recordado por el escritor, para mí era aquel que me hacía reír con esos versos tan escatológicos “Caga el rey, caga el papa y de cagar nadie se escapa”.

Creo recordar que Ana Karenina (León Tolstoi) daba el toque de sublime femineidad a aquella estantería. Cuando era pequeña me fascinaba el soldadito de plomo y por la noche me imaginaba que eran los personajes de los libros los que hablaban y jugaban juntos. Seguro que Ana era la estrella: “Ana, con un vestido blanco, con anchos bordados, se hallaba en un rincón de la terraza, detrás de las flores y no oyó a Vronsky. Inclinaba la cabeza, de cabello negro y rizado, apoyando la frente en una regadera que estaba en la balaustrada y la sostenía con sus bellas manos cargadas de sortijas…” Todos se rendían ante Ana Karenina, su envolvente aroma floral impregnaba mi habitación, hasta que me levantaba para ir al instituto. Ahí acababan los libros interesantes y me sumergía en la grisura del ambiente. 

Lo del color en la España franquista tiene que ver con los recuerdos. La vida era gris: mi abuela era gris, el trabajo de mi padre era gris, la iglesia era gris, la escuela era gris, la plaza, las comuniones, los autobuses, la televisión, incluso los árboles aparecían en blanco y negro. Ahora el gris oscuro no es miserable porque la abundancia tiñe la vida de colores, a veces estaría bien descansar la mirada en la gris oscuridad. ¡Hablando de libros, creo que jamás desperté a la lectura, fue la lectura la que me despertó a mí!

Los versos de este mes son de Joan Margarit :

EL BUSCADOR DE ORQUÍDEAS

No había en casa libros adecuados
Para el desasosiego adolescente,
Los de urbanismo eran aburridos
Cataluña, pueblo desdichado
me parecía un título demasiado triste.
Cogí el Mein Kampf, un breve libro negro
que tomé por profundo. Así empecé
por el lugar más sucio de la literatura.
Las palabras de Hitler, tan vulgares,
eran un pozo negro.
No lo he olvidado, pese a que no lo recuerdo.
Me di de bruces con la realidad.
Fue allí donde empezó la poesía,
difícil y sin falsas esperanzas.
He hecho siempre como el jabalí,
que busca y, delicado, escoge y come 

el bulbo-conocido como el orquis- 

de la orquídea. 
Casa de misericordia, 2008

Un recuerdo para María  Dolores Rius, maestra de maestras, escritora e investigadora pedagógica. Una mujer dulce, trabajadora, comprometida. Usuaria del transporte publico, donde se transformaba en una gran recogedora de historias. Vivió algunos años en Gargantilla y murió en Murcia hace unos días. Descanse en paz 

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