AL SEÑOR ALCALDE DE …

Rafael de Frutos Brun

Han pasado las elecciones municipales y las generales, y he creído conveniente felicitar a los Alcaldes que siguen y a los que por primera vez van a intentar dirigir su pueblo, con la mayor equidad, honradez, respeto y con un lenguaje entendible para todos.

Tal vez alguno ha pensado al ver el encabezamiento: “Voy a ver a quién se dirige éste aprendiz, no sea que diga algo de los nuevos, de los que siguen o vaya usted a saber”. No es mi ánimo, ni me corresponde, ni tengo motivos para censurar a nadie. Quiero simplemente hablar del tema con alguna historia o anécdota de mi pueblo.

A mi recuerdo viene un documento manuscrito donde dice: “Que reunidos la mayor parte de los vecinos, después del toque campana, el día de San Juan de 1778 [hace 245 años] para nombrar Justicia, lo hacen nombrando a dos alcaldes, dos regidores, un procurador, un alguacil, varios cuadrilleros,…”. Y lo hacen sin urnas, sin campaña, sin mesa electoral, sin interventores, sin partido… ¡Vamos, con lo puesto! ¡Qué felicidad! Lo que no dice el documento es si a la entrada los vecinos varones se echaban la mano a la boina y levantándola un poco decían: “Con permiso”, costumbre que ha llegado hasta nuestros días.

Para los alcaldes nacidos en el pueblo donde ejercen es algo más complicado dirigir su municipio pues tienen allí a sus padres, a sus hermanos, a sus tíos, a los que han sido sus compañeros de correrías, sus amigos, su casa, sus fincas y a la familia de su mujer. ¡Un problema! 

Por eso no es nada extraño que, por ejemplo, el tío Quiterio esté molesto porque quiere hacer un “chiringo” en el Prado de la Fuente y su sobrino le ha dicho que no lo permiten las ordenanzas. Algo parecido le pasa al hijo del “Chato”, compañero que lo fue en la mili, y quiere que le meta a trabajar en el Ayuntamiento. Y no le mete. 

Encima, hoy al entrar en casa para comer (llega un poco tarde pues tenían pleno) su mujer le ha dicho que el novio de su hija quiere construir en la era, que es zona verde y no se puede, y que el concejal de urbanismo le dice etc., etc., etc.

Personas  hay que sospechan que  esto pasa. Yo desde luego no lo sé porque no he sido alcalde nunca, pero hay gente que dice que han dicho, que a uno le habían dicho etc.etc. El que esté libre que tire la primera piedra. Me viene a la cabeza una cancioncilla que decía: 

Aceitera, vinagrera,

ras con ras.

Amagar, amagar y no dar.

Dar sin reír,

dar sin hablar.

Un pellizquito en el culo

y echar a volar.

Desde luego, a quien no le pasó fue al señor que llegó a Montejo el 28 de enero de 1940 desde su pueblo manchego de Manzanares (Ciudad Real). Se empadronó en Montejo. De profesión ebanista. Un hombre serio, enérgico, seco, alto, autoritario y mandón. Se llamaba León, que de momento el nombre ya impone, menos mal que su esposa se llamaba Consuelo, que parece que no, pero compensa un poco. 

Llegó a Montejo como agente ejecutivo para intentar cobrar los créditos que algunos vecinos del pueblo se negaban a devolver de forma voluntaria y en los plazos establecidos. Y vaya si lo consiguió. Debido a su éxito y ante la dimisión del señor Jaén como alcalde, que lo era, “por hallarse su mujer impedida y tener cinco hijos que atender”,es nombrado alcalde a los cinco meses de su llegada al pueblo. Entonces los alcaldes los nombraba el Gobernador Civil de la provincia. Fue el 29 de junio de 1940, el mismo día de la dimisión del señor Jaén, cuando don León De la Iglesia Ruiz recibe el bastón de mando.

Y durante su mandato, amparado por la larga sombra del Gobernador Civil, intentó regir el municipio de forma ecuánime. Unos estuvieron contentos, otros no tanto, sobre todo aquellos que le contradecían o no estaban de acuerdo con alguna de sus medidas y escuchaban la frase de: “Lo mando abajo” y eso era amenazarles con enviarles al Gobierno Civil. Estamos hablando de los años cuarenta. 

El señor León hace la plaza del pueblo más grande. Negocia con Eleuterio Fernández que se retranquee en una huerta que tiene lindera con la plaza concediéndole el derecho a construir cuatro viviendas en dicha huerta que quedarán separadas de la plaza por una pasarela a lo largo de toda su fachada. A raíz de esta remodelación se levantó el Ayuntamiento nuevo. En la planta de abajo se instalaron las dos escuelas, la de niñas y la de niños, con dos grandes ventanas orientadas al levante. En la planta de arriba el salón de sesiones, la secretaría y el juzgado municipal abiertos a una terrazaen todo el frente con adornos de azulejos de cerámica. Finalizaba la fachada con una pequeña espadaña en la que se colocó un reloj de la marca Titán, comprado por 5.480 pesetas en la Casa Girod. La campana que le acompaña hubo que comprarla aparte pues se pensaba poner una sobrante de la reforma de la ermita de Nazaret, pero la respuesta por parte del obispo de la diócesis fue de “llama a otra puerta”. En esta campana sonaban las horas, que se repetían al minuto, y las medias. Marcaba el ritmo del pueblo. 

Y presidido por los toques de ese reloj, todos los domingos, a la salida de misa, en la puerta de la iglesia, “como Dios manda”, el pueblo presente y los niños formados, se cantaba el Cara al Sol con brazo en alto. 

También bajo su regiduría, y tras el pregón del alguacil la víspera, cada vecino tenía la obligación de barrer su puerta de casa y un par de metros de la calle los días feriados. Y propuso dos días de “hacendera” por vecino para embellecer el pueblo cada dos años. 

Mientras fue alcalde, en las antiguas escuelas de la calle del Pozo se habilitaron dos viviendas, una para la maestra y otra para el maestro.

Gracias a él se empezó con el alcantarillado del pueblo. Se contrató con una empresa la construcción de los primeros 100 metros de desagüe, para evitar que las aguas sucias fueran calle abajo, a un precio de 40 pesetas el metro lineal.Terminados estos, se contrataron otros 100 metros al mismo precio. Se gastaron 8.000 pesetas, del año 1.942, por los primeros 200 metros lineales de lo que ahora es una perfecta red de aguas residuales.  

Se construyó la Fuente de Nazaret, junto al botiquín, con lo que la gente de la parte sur del pueblo ya no tuvo que subir a la Fuente de los Tres Caños con el cántaro en la cadera y el cubo en la mano ahorrándose trabajo y tiempo.

Otra mejora que se le atribuye es la subida del jornal a 9,50 pesetas. También la entrega de donativos, como en el año 41 de 50 pesetas a la ermita de Nazaret o de 290 pesetas para que la banda de música toque en las fiestas o de 260 pesetas al cura para procesiones y misas repitiéndose los donativos en esas cantidades, más o menos, los siguientes años.

Hubo propuestas que no consiguió sacar adelante como fue la de querer vender la Fragua y el Corral de Concejo, en el que se encontraba el potro de herrar, para construir en su lugar un matadero y un lavadero con el fin de que las mujeres no tuvieran que ir al río a lavar la ropa. Sus convecinos se negaron y le hicieron saber que la fragua era necesaria para la fabricación de sus herramientas y útiles de cosecha mientras que el potro lo era para poder “calzar” a sus animales.

Fue un buen alcalde, como lo son todos los que lo han sido, aunque algún vecino no lo tenía en buena estima, como el señor Bernabé, que al día siguiente de marcharse el señor León para su tierra, después de pedir su cese en el mes de julio de 1944 por enfermedad, se encaramó al reloj y borró de la esfera el nombre de León De la Iglesia Ruiz.

Fueron cuatro años justos los que estuvo al frente de la alcaldía de Montejo. 

Supongo que algunos se estarán acordando de aquellos alcaldes que hicieron esto o lo otro, pero lo que tenemos claro es que el señor León lo hizo sin la presión de su tío Quiterio ni del hijo del Chato ni el novio de la hija y que por suerte tenía a su mujer Consuelo.

Rafael de Frutos Brun

Montejo de la Sierra 

Septiembre 2023

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