¿Buenos propósitos ambientales? Empecemos por la base.

Por Juan Manuel González agente de desarrollo local y miembro de enrama

Una mirada atenta a la evolución de nuestros montes confirma aquello que sostienen algunos botánicos: Que enebros y matorrales como la jara van ganando terreno a las encinas. Parecería que estas observaciones nos convidan a batallar contra los primeros para salvar a estos emblemáticos árboles ibéricos. Sin embargo esta forma de interpretar los procesos naturales es el reflejo de nuestra creciente polarización social. De igual forma, cuando estalla un conflicto ambiental tendemos a ver lo que nos separa y perdemos de vista lo que nos une: Que una función básica de mantenimiento del sistema está dejando de realizarse adecuadamente y que eso afectará a todas las partes antes o después. Un ejemplo de esta miopía mental lo tenemos en nuestra respuesta ante el aumento en la concentración de los gases de efecto invernadero que produce el calentamiento global: El calentamiento no es sólo consecuencia de las emisiones derivadas de la economía humana sino también de la incapacidad de los suelos y los océanos para, con ayuda de las plantas, realizar un suficiente ciclado y acumulación de estos gases*. La emisión de gases y el reparto de la responsabilidad asociada a la misma acapara todas miradas obviando que, si ésta emisión se detuviese mañana, aún tendríamos por delante el reto de retirar de la atmósfera el exceso de gases que genera el calentamiento. La capacidad de secuestro natural de estos gases y porqué ésta se ha reducido de forma drástica quedan fuera del foco mediático. Y es que la inercia de utilizar el comportamiento tribal para intentar resolver los cada vez mas acuciantes problemas ambientales se ha convertido en un hábito nada recomendable. Pero, ¿Y si la realidad pudiera mirarse desde otro prisma que no distingue entre buenos y malos?¿Y si pudiéramos darle la vuelta e inspirarnos en las estrategias de los ecosistemas para encontrar respuestas? Regresemos bajo las encinas para ver si estos generosos árboles pueden servirnos de ayuda. 

Desde el punto de vista de la funcionalidad ecológica árboles y arbustos son un elemento más de un vasto y complejo sistema de relaciones de intercambio entre suelo, plantas y animales. En este sistema, las encinas y el resto de las plantas se encuentran conectados a través de sus raíces con un entramado de biodiversidad subterránea: Hongos, bacterias, algas y levaduras se entretejen y cooperan alimentando a plantas y animales y siendo alimentados por éstos. El propósito del sistema es mejorar su capacidad de producir oportunidades para la vida. Cuando una especie no puede realizar alguna de las funciones básicas que tiene encomendadas otras acuden en su “apoyo” siendo relegados sus individuos a aquellos espacios donde las condiciones favorables para ellos persisten. 

Las encinas, son árboles que proporcionan una enorme abundancia al sistema para lo que dependen de una igualmente abundante y generosa red de apoyo subterránea asociada a sus profundas raíces. 

La simplificación sufrida por éstos sistemas amenaza la trama de vida subterránea de la que dependen las encinas que evolucionaron adaptándose al frío en condiciones de mayor abundancia. 

Los cambios socioeconómicos de las pasadas décadas han concentrado las actividades humanas en las zonas más llanas. En los montes en los que han cesado los manejos de la vegetación los ecosistemas se expresan libremente mostrando la realidad de nuestros suelos. La proliferación de enebros, jaras y otros arbustos es un mensaje, un código natural que alerta de la compactación de los suelos que hace de ellos un medio menos adecuado para la vida. Son estas condiciones de menos oxígeno y humedad muy variable las que propician el comportamiento patógeno de microorganismos como la fitóftora asociada a “la seca” y a la que suele achacarse el declive de encinas y alcornoques. Es por eso que especies más austeras acuden a la llamada de auxilio de la biodiversidad del suelo, que se agarra a las nacientes plantas para poder perpetuarse consciente de que, en las condiciones actuales, el actual reemplazo de encinas no llegará a alcanzar la madurez. 

*Para mas información sobre este punto se recomienda el visionado del documental “Kiss the ground” disponible en Netflix.

En los lugares donde el abandono actual se une a una penosa herencia de épocas pasadas el resultado de la degradación de los suelos da lugar a grandes extensiones en las que domina la especie que menos necesita. Aunque las dehesas de encinas, alcornoques y robles aún contienen ejemplares que alcanzaron su madurez en una época mas propicia, éstos asisten impasibles a una lenta pero constante colonización. Desde esta óptica muchos de estos antaño bosques de abundancia se asemejan más a geriátricos del mundo vegetal.

La aparición de especies mas austeras que se conforman con suelos mas escuetos debe interpretarse como una estrategia preventiva ante amenazas; Cuando el sistema capta señales sobre condiciones cambiantes se anticipa y utiliza la alternancia de especies para proteger el suelo y garantizar la continuidad de la vida. Así, cuando se cortan las jaras en torno a una encina éstas se deshacen de parte de sus raíces y la biología del suelo, incapaz de asirse a otra cosa vuelve temporalmente a las cansadas raíces de las encinas cercanas. Se trata de un efímero soplo de vida, ya que el nuevo desarrollo de las jaras atraerá hacia sus jóvenes raíces a bacterias benéficas y micorrizas. Por tanto la efectividad de los tratamientos de eliminación de jarales será poco efectiva si estos tratamientos no van acompañados de medidas que permitan la regeneración del suelo. La mejora de los suelos tiene la gran virtud de contribuir a revertir muchos de los problemas ambientales que nos acechan, ya que, tanto nuestra capacidad de producir agua y alimentos, como la de capturar y acumular gases de efecto invernadero y la de reducir la intensidad de los incendios forestales y de la desertificación, dependen de un buen funcionamiento de la interacción entre suelos, plantas y animales. En aquellos lugares donde no hay ganado, la regeneración debe llegar de la mano de especies de árboles capaces de medrar en las condiciones mas exigentes, incluyendo entre ellas especies hasta ahora consideradas invasivas. En aquellos lugares en los que aún existe ganado en extensivo es preciso fomentar que los animales sean manejados de una manera adecuada para mejorar el estado del suelo. 

Para devolver la complejidad a nuestros sistemas es necesario actuar con conocimiento sobre su funcionamiento. Esta tarea requiere de trabajo cualificado que como tal debe ser remunerado. Sin embargo, no debemos esperar que las instituciones que han perpetuado éste déficit sean las que tomen ahora la iniciativa ni que los agentes sector primario acometan por su cuenta estos cambios. Será la ciudadanía la que los liderará y lo hará por la cuenta que le trae. Esta revolución se fraguará en las cocinas ya que, independientemente de nuestras diferencias, a todas las personas nos compete hacer lo necesario para disponer de alimentos sanos y agua limpia allí donde vivimos. Eso nos llevará a organizarnos para recompensar los comportamientos adecuados. 

En el patrón de comportamiento natural los distintos elementos cooperan de forma proactiva para conseguir la viabilidad del conjunto. Como las encinas, nuestra sociedad está en peligro si no alineamos nuestras acciones con las del resto del sistema que nos soporta. Para persistir debemos tomar consciencia de las relaciones de interdependencia que nos unen al sistema ecológico y actuar de forma anticipada y conjunta. La Pandemia pone una y otra vez de relieve lo que realmente importa así que, antes de que la producción de alimentos se resienta y las condiciones ambientales releguen a nuestra especie a unos pocos lugares habitables, fijémonos en la realidad de nuestros campos y montes y ….¡Empecemos por el suelo! 

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