ANASTASIO

Las guerras de nuestros antepasados

El relato que tenemos ante nuestros ojos se grabó en la primavera de 1977, es decir, hace 44 años, y nuestro interlocutor es un caballero que nació en el siglo XIX, en mayo de 1886, e intenta contarnos sus vivencias a partir del año 1906 en que fue llamado a filas. Intentaremos reflejarlo (ad pedem litterae) con sus mismas palabras, a la vez que le recordamos que tenga cuidado con los “tacos”, que después no se pueden o yo no sé borrarlos en este magnetofón de bobinas. Amablemente me contesta: «Tendré cuidado, tendré cuidado»

Empezamos.

Rafa: – Señor Anastasio, ¿cuántos años tiene?

Anastasio: – Pues voy a cumplir 91, ahora en mayo.

Rafa: – De qué quinta era usted? 

Anastasio: – De la quinta del 6, de 1906, que era la quinta del Rey Alfonso XIII. 

R: – El Rey con el que estuvo Juan Brun de escolta después. 

A: – Luego, después. El Juan Brun, creo, que era del 11. Nosotros éramos del 6 y al ser la quinta del Rey, pues fuimos en el 7.

R: – ¿Fue entonces cuándo se oyó que el Rey les iba a librar de ir al ejercito? 

A: – Sí, decían eso. Nosotros sí que estábamos en que nos iba a hacer alguna gracia. 

R: – Por ser de su quinta.

A: – Pero estaban los rifeños en pie de guerra contra los nuestros y nosotros los primeros para allá. 

R: – ¿Cuántos eran de su quinta aquí en el pueblo?

A: – No sé si éramos siete u ocho. 

R: – ¿Vive alguno más? 

A: – No

R: – ¿Quién era, que haya conocido yo, de su quita? 

A: – “El Nieves”, el Santiago “La Niebla”, hermano de Valentina de “el Jarimón Viejo”, ese, de que cumplió, se fue a la Guardia Civil y murió pronto. Un muchacho muy bueno. 

R: – ¿Quién más era de su quinta? 

A: – “El Antero”, el Lucio, Eulogio, el Paulino. 

R: – A esos los he conocido a todos. 

A: – Hubo uno, que no era de aquí, pero como si lo fuera, porque entró aquí en quintas. 

R: – Al llamar a su quinta, ¿dónde los llevaron? 

A: – Al cuartel de La Montaña, a entrenar, y luego al cuartel de San Francisco, hasta que nos destinaron ande teníamos que ir.

R: – A Melilla.

A: – No, no. A Leganés. Y cuando llevaba aquí ya cuatro meses, con la cuatrimestral aquí en mi casa, es cuando me llamaron para Melilla. 

R: – Entonces yo no le he entendido bien, ¿aquí que hacía? A: – Yo estaba sirviendo, pero me mandaron un volante:  «¡Quieto hasta nueva orden!». Era por Santiago, y a los pocos días de como vino el volante «¡de quieto hasta nueva orden!», llegó otro para que me presentara inmediatamente al cuerpo. Y desde Leganés nos llevaron al tren. Y a Melilla. 

R: – ¿Cuénteme, en Melilla qué hacían? ¿Estaba Melilla entonces en guerra? 

A: – ¡Pues por eso nos llamaron! 

R: – Dígame, ¿qué año fue a Melilla? 

A: – Pues llevaba ya un año aquí….

R: – Era usted del 6, se incorporó en el 7, hizo el Servicio Militar durante el 8 y ¿fue a Melilla en el 9? ¿Hacia el verano de 1909? 

A: – Por ahí andaría. Nos fuimos el día de Santiago… Nos tuvimos que marchar. Cuando íbamos para Melilla, el tren se detuvo en Alcázar de San Juan, para darnos el rancho y nos recibió el Señor Alcalde con la Bandera Nacional. Y tenían preparado, junto a la pared de la estación, una serie de barriles de vino, para que tomásemos los militares lo que gustásemos. Lo malo es que se les olvidó poner vasos y hubimos de tomarlo, unos, en los gorros, otros, a morro y alguno se lavó la cara al intentar beber (risas).

R: – ¿Qué les mandaron cuando llegaron a Melilla? 

A: – Instrucción. Y comer y beber algo, lo que no habíamos bebio nunca. 

R: – Pero, ¿estaba aquello ya en pie de guerra?

A: – ¡Claro que estaba! Habían ido los batallones de cazadores Barbastro, Madrid, Llerena, Arapiles. Todos batallones de cazadores y en el Barranco del Lobo los aviaron la ropa

R: – Por ende la canción del Barranco del Lobo. 

A: – Luego nos llevaron a nosotros a hacer un reconocimiento del Barranco del Lobo. El Gurugú se quedaba más alto. 

R: – ¿El Barranco del Lobo es en realidad un barranco? 

A: – Es un barranco semejante a cuando vamos nosotros hacia La Hiruela, es una comparación… Y el Gurugú es como ese cerro que asoma aquí, en la zona del Riato, un alto muy “grandidísimo” 

R: – Ustedes allí, ¿contra quién luchaban? 

A: – Contra los moros, pero no era luchar. A ellos, al principio, no los podíamos matar, a ellos íbamos a civilizarlos, para que tuvieran conocimiento de armas…, de estudio…, de todo. Allí en Gariba nos tuvieron poco tiempo, pero no hacíamos nada, sólo instrucción y comer. Allí no había peligro. Pero llegó un día que nos llevaron a hacer un reconocimiento en un convoy y aquel día ¡vimos las orejas al lobo! Aquel día, según  íbamos con el convoy uno fue a coger un higo chumbo y vino un balazo y le rompió el brazo. 

R: – ¿Era de los contrarios?

A: – ¡Claro! De los moros. Y desde aquel día ya los empezamos a poner las peras a cuarto. Y ellos a atacarnos. Y nosotros al frente a hacer reconocimientos. 

R: – ¿En qué cuerpo servía usted?

A: – En la 1ª División Orgánica Reforzada, Regimiento de Infantería León. Nosotros íbamos andando con todo el equipaje a cuestas y un escuadrón de caballería iba escoltándonos por un lado, no por delante, sino por un lado y como los caballos blanqueaban tanto y hacían tanto bulto eran un blanco fácil y allí llovían balas que tiraban a los caballos pero que nos encontraban a los demás.

R: – En ese tiempo en Melilla, ¿vio alguna muerte?

A: – Al principio, no vi más que a tres moros que los mataron los españoles porque hicieron un desastre en una aguada. Fueron los acemileros a por el agua y había allí mucho matizo de chumbera y estaban escondidos otros moros entre las chumberas y soltaron unas descargas. Luego había una compañía de policía indígena, que llamaban, muchachos jóvenes moros, porque, aunque eran moros, había algunos que estaban a favor de España, pero luego se volvían las espaldas. Bueno, pues a aquellos muchachos que los enseñaron los toques, los armaron bien, y los enseñaron todo, cuando estaban bien preparados se volvieron la chaqueta e hicieron una zalagarda, una zalagarda buena. Los tuvieron que desarmar y mandarlos a hacer vientos. A aquellos les salió la sentencia: «Que murieran fusilados». Y para fusilarles tuvimos que hacer el cuadro que era común a todos los cuerpos militares. Un cuadro por donde estaba todo cerrado, menos por un lado, donde no había nadie más que los que iban a ser fusilados y que los que tenían que tirar a los individuos. Es claro que aquello estaba libre por si tiraban y fallaban y que no dieran a nadie. Allí había un silencio como si no hubiera nadie y habíamos allí, ¡qué se yo los que estaríamos! Y estaban también los moros que estaban trabajando allí en una carretera y aquel día, hasta que se hiciera ese caso, trabajaban, pero luego ya no trabajaban. Y cuando sacaron a los moros de las celdas donde los tuvieran, salieron con los ojos tapaos y los pusieron de espaldas. «Este aquí, este aquí y este aquí». Y a la que levantó el sable el oficial de guardia se puso el pelotón en posición de «¡Apunten!», y a la que bajó el sable, «rrreeeeee», disparos y todos al suelo. ¿Tiro de gracia? Sí. Sí.

Allí había muchas cosas, pero ya sabes lo que pasa…, que ya eso….

R: – ¿En la guerra habría ratos buenos y malos?  

A: – Buenos, pocos. Los que los empleábamos para rascar los piojos, que los había a montones, y las pulgas, que las cría el terreno. Donde quieras que acamparas estaba lleno de pulgas. 

R: – ¿Fueron más soldados a Melilla, con usted, del pueblo? 

A: – No, solamente fui yo. El más cercano era uno de Buitrago que se llamaba Vicente Del Río, de una familia que los llaman “Los Cebollos” y era sobrino del “Tío Vinagre” (que anduvo por Montejo). Pues él y yo estábamos como hermanos. Luego había otros muchos paisanos que nos llamábamos, unos de Chinchón, de Navalcarnero, de Torrelaguna, pero el de Buitrago, el más amigo.

R: – ¿Es cierto que en la guerra dan vino para olvidar? 

A: – ¡No, eso no es verdad, no! A nosotros no nos daban vino ni para comer. No, no. 

R: – ¿Qué trajo de Melilla? 

A: – Pues me traje una Cruz. Yo me traje una Cruz que me dieron del Mérito Militar 

R: – ¿Individual? 

A: – Lo que no sé es si se la dieron a todos o no, porque en el prospecto pone, dice: «Le ha sido concedida la Cruz de Plata del Mérito Militar con distintivo rojo por el distinguido comportamiento que tuvo en el ataque que tuvo en Tarima y Nador. Y para conste, lo firmo en fe a tantos de septiembre. Dios guarde a usted muchos años. Firmado el coronel don Federico Santa Coloma.» 

Pero era una cruz que no tenía paga. A los que estuvieron en la guerra de Cuba sí les dieron paga. Al tío Alejandro le daban un real y medio, o por ahí andaría. Al “tío Chicle” y al “tío Penetra” una peseta diaria y al tío Ambrosio quizá sería otra peseta. El “tío Chicle” estaba cojo de resultas de la guerra. A “El Chingarra” también le dieron un tiro en el hombro, y al tío Ambrosio (el abuelo de Álvaro) porque fue sargento, porque en un ataque muy malo se quedaron sin jefes y el tío Ambrosio echaba una letra mucho buena, pero buena, y por eso le hicieron sargento. 

R: – ¿Cuántos fueron de aquí a la guerra de Cuba? 

A: – El tío Ambrosio fue a una y “El Chingarra”, el Hilario de “El Palabras” y no recuerdo si otro del tío Valentín, esos estuvieron en otro ataque más duro y mi cuñado Juan, el padre de Fernando, que también estuvo allí  y resultó que aquellos, los cubanos, a mi cuñado le cogieron prisionero y le tuvieron preso sin saber si era muerto o era vivo, aquí no podía escribir y ya una noche llegó una mujer que dijo que ella daba equis de miles de pesetas si no mataban a todos los prisioneros, porque si no……. No los mataron, pero no les daban de comer más que un puñado de arroz cocido, pero sin grasa ninguna ni nada y luego resultó que se escaparon y vinieron a pedir que les fueran a meter en un barco para España, ¿verdad? ¡Por aquí! El “tío Chingarra” vino medio muerto, no valía ni hablar. 

R: – He leído señor Anastasio, que de Horcajuelo hubo uno que se llamaba Eugenio. 

A: – ¡Ah! Ese fue otra cosa. Cuando llamaron a todos los que habían estado en el acto de Cascorro les dijeron que presentaran datos y mi cuñado y muchos, presentaron muchas cruces y medallas y cosas, pero aquello  no valía. Sólo los que fueron con él al fuerte y les dijo, dicen que dijo: «Mirad, yo voy a morir, pero no os encargo más que tiréis de la cuerda que yo llevo atada cuando aiga mechado la lata y tirad de la cuerda, que no se queden mis restos». ¿Le habrás visto en la estatua con la lata? El hombre de Horcajuelo había conservado todos los detalles de papeles en un canuto de caña del mango de una escoba. Allí tenía la documentación. La presentó, y desde el acto aquel en que la presentó, hasta que ha muerto, ha cobrando una paga y además ha ido ascendiendo. No sé si llego a capitán, pero a teniente estoy seguro. Le recuerdo con el pelo largo y algún siete en el pantalón.

Y ya cansado Anastasio, me vuelve a recordar, que en su regreso de Melilla, en los primeros días de enero de 1910, en las estaciones donde se detuvieron a comer los ranchos que se les tenía preparados, fueron objeto de todo género de obsequios y pruebas de entusiasmo y que con estas expresiones de afecto y simpatía se borraba todo recuerdo de las penalidades y sufrimientos pasados. 

Rafael de Frutos Brun

Montejo de la Sierra 

Noviembre 2021

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