Turrón para hoy y hambre para mañana

Paloma López Pascual – Psicóloga – Serie: ¿Qué tenemos en la cabeza?     

Se acerca el tiempo de la Navidad, y parece que todo el mundo está muy nervioso esperando conocer qué permitirán o no hacer nuestros dirigentes respecto a cuántos nos podremos reunir, a qué hora habrá que llegar a casa… Ni que fuésemos adolescentes pidiendo alargar media hora más nuestra llegada. ¿O quizá sí que lo somos? A lo mejor, lo más sensato sería que cada uno pensásemos durante unos minutos -al menos lo que dura la lectura de este artículo-, en si el seguir la tradición este atípico año, está en concordancia con el sentido de la Navidad en sus diferentes acepciones. Hace ya bastante tiempo que su significado no es exclusivamente religioso, como lo fue muchos años atrás, pero sí de período de vacaciones, desconexión, celebración y, sobre todo, diversión.

Este año 2020 tiene muy poco o nada de divertido y por eso mismo tenemos mucha necesidad, más que nunca, de subir a la superficie de tanta profundidad y drama, y de reír, bailar, compartir… divertirnos, en definitiva. Pero quizá si nos comemos de este modo el dulce navideño, sin pensar seriamente lo que nos está pasando, puede ser “turrón para hoy y hambre para mañana”. 

Es cierto que las tradiciones pesan mucho. Y así debe de ser, en general, porque de ellas podemos conocer de dónde y de quienes venimos, pero también es importante revisar e incluso cuestionar muchas de ellas, cuando no son recomendables o simplemente cuando se han quedado obsoletas. Este no es el caso de la Navidad; puede que no esté tan vigente desde el punto de vista religioso, aunque para los creyentes se mantiene intacto este significado, pero desde las otras acepciones está absolutamente viva y presente. Lo que ocurre es que este triste año del Coronavirus puede volverse una tradición insalubre y peligrosa, aunque tengamos la necesidad de celebrarla más que nunca.

Podríamos admitir como propuesta posponer la Navidad de este desdichado 2020 para el 25 de Junio, de Julio, de Agosto o quizá de Septiembre del 2021. Viviríamos por primera vez la sensación, como les ocurre a los países del hemisferio sur, de pasar unas Navidades en traje de baño, algo que tiene que resultar curioso y también seguramente muy divertido. Quizá está capacidad de espera “nos salve de la quema”. 

La capacidad de espera es uno de los rasgos de madurez más importantes del ser humano. Desde un funcionamiento infantil y adolescente, no se contempla el tener que esperar. Se quieren las cosas “YA”, y el tiempo de espera equivale a una tortura donde la impaciencia se apodera de nosotros. Según vamos creciendo, nos vamos dando cuenta de que casi todo llega, si sabemos esperar y trabajamos a conciencia para ello. Y si no llega, intentamos aprender a tolerar la frustración de lo que no ha sido posible, no sin antes pasar por la gran e inevitable pena de no haberlo conseguido.

Pero en este momento, además de las mascarillas, el lavado de manos y la distancia social, la capacidad de espera es probablemente una de las variables que puede ayudarnos a controlar, combatir y ganar a este infernal enemigo que es el o la Covid19. Puede denominarse “el” o “la”, porque es unisex; no entiende de sexo, edad, clase social… puede atacar y ataca, de hecho, a tod@s por igual.

Si pensamos en el sentido profundo de la Navidad, al menos en su esencia, el poder esperar unos meses para celebrarla, nos acercará a su verdadero significado: durante la Navidad, más que nunca, exaltamos la importancia de la familia, de la amistad, de la unión, de la paz… todos estos valores adquieren su máximo significado si cuidamos de verdad a nuestros familiares, amigos y conocidos. Y todos sabemos -independientemente de los que nos permitan nuestros dirigentes-, cuál es la mejor forma de cuidarles y cuidarnos ahora mismo: posponiendo la manera de celebrar que hasta este maldito año 2020 hemos tenido. El reunirnos (incluso con los “queridos” cuñados) apretados alrededor de una mesa, previa preparación de cenas y comidas en las concurridas cocinas de las casas; los interminables aperitivos en nuestros bares favoritos; las divertidas fiestas y cotillones de fin de año… Los abrazos, besos, bailes, karaokes y demás muestras infinitas de amistad, particulares y únicas de estos tiempos, pueden convertirse en una agresión para los nuestros. Lo que pretendemos como unión y amor, puede transformarse en destrucción… terrible y terrorífica paradoja. 

El poder esperar quizá nos ayude a tolerar que ahora es momento de mantenerse más unidos que nunca, pero en la separación física. Si la distancia social tan nombrada y repudiada ya la venimos sufriendo y sobrellevando durante nueve meses, ¿por qué no vamos a poder soportarla unos cuantos más? Sobre todo teniendo la certeza de que así podremos llegar todos, o la gran mayoría, a la celebración de esta próxima y diferente Navidad de verano. ¿No celebran el fin de año en Bérchules (Granada) en Agosto desde 1994? Otros pueblos se han sumado hace tiempo a esta nueva y original tradición. Pues en el 2021 quizá podamos tener doble celebración de la Navidad -en verano y en Diciembre-, si ya tenemos la vacuna y si, sobre todo, hemos llegado hasta esa fecha todas las personas queridas con las que ahora deseamos reunirnos. 

De sobra es sabido que las situaciones más esperadas y ansiadas, son las que más se disfrutan. Volviendo al funcionamiento infantil y adolescente, el “lo quiero-lo tengo” probablemente ha llevado a las generaciones actuales a no saber esperar, ni seguramente valorar lo que cuesta conseguir algunas cosas, ni a valorar determinados logros en sí mismos, precisamente por lo rápido que suelen poder conseguirse. Naturalmente, me refiero a logros superficiales y banales que funcionan como espejismo de una efímera felicidad y que son los únicos que pueden conseguirse inmediatamente. Los logros “de verdad”, sabemos que tardan tiempo en llegar, que requieren un proceso, y que suelen ser una carrera de obstáculos pero que, cuando llegan, son saboreados y disfrutados de una manera única y especial.

Siguiendo la serie “Qué tenemos en la cabeza” vuelvo a invitaros a pensar sobre la pregunta: “Y tú, ¿qué tienes en tú cabeza?”: ¿Prefieres comer el turrón que tienes ahora mismo delante, tragarlo sin apenas masticar, y que se te atraganten los posibles contagios y pérdida de amigos y familiares? ¿O prefieres guardarlo hasta el próximo verano, y saborearlo trocito a trocito, compartiéndolo con todas esas personas que no han enfermado y que, sobre todo, no has perdido en este camino que quizá dure aún unos cuantos meses más?  

Es importante apuntar que el turrón es uno de los alimentos que más larga fecha de caducidad tiene. Existen diferentes versiones de su origen: unos afirman que surgió de los árabes, que introdujeron este dulce tratando de buscar un alimento nutritivo que se conservara en buenas condiciones durante largas estancias y que pudiera ser transportado fácilmente por sus ejércitos; y otros defienden que surgió por un artesano de Barcelona que realizó un alimento con materias primas de la zona, buscando un recurso resistente para momentos de escasez y hambruna. 

En cualquier caso, parece un alimento poco perecedero, que puede conservarse bien a cualquier temperatura o en condiciones ambientales muy diversas, especialmente el conocido como “duro”. Guardemos el turrón entonces unos meses más y aprendamos de esa “dureza y resistencia” para poder esperar y aguantar el tirón que nos ha tocado vivir, por el objetivo de intentar conseguir el mantra que nos proponemos cada Nochebuena y Nochevieja: “Ojalá el sentido de la Navidad permanezca todo el año, que podamos reunirnos de nuevo toda la familia y amigos en la siguiente y que no sea fiesta para hoy y hambre para mañana”.

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