Homenaje a los que nos cuidaban antes, ahora y en el futuro

VillaviejaHommenaje14abr

Asociación Cultural y Recreativa Villavieja del Lozoya

Tenemos los teléfonos “petaos”, decíamos ayer. Sí, a estas alturas nuestros móviles contienen la línea de tiempo por la que han ido pasando nuestras emociones en lo que va durando esta pandemia. Sus memorias se llenaron de humor simplón y después satírico, también de indignación o rabia, tristeza y miedo, de ternura y de besos, muchos besos. Desde nuestros terminales hemos compartido la incredulidad y el vértigo, que como en una montaña rusa nos ha traído y llevado desde el “nosotros estamos bien” al “me siento fatal”,  “tengo mucha fiebre”, o “han ingresado a Manolo”. Y hasta hemos compartido la despedida de un ser querido en la distancia física, sin abrazos, sin besos, sin poder juntarnos para resistir el dolor. Decir que son momentos duros es no decir nada. Hemos pasado por la indiferencia, la incredulidad, la consciencia, la conmoción y la consternación. Vamos avanzando un día tras otro… siguiendo los partes diarios del gobierno, que al mismo tiempo que impone medidas para luchar contra el virus va desgranando cifras inasumibles.

Y aquí, en nuestras calles desiertas y más silenciosas que nunca, donde antes jugaban los pocos niños y niñas que hay en nuestros pueblos y paseaban abuelas y abuelos, ahora se mueven aquellos que siempre han cuidado de nosotros, lo hicieron antes y seguirán haciéndolo durante y después. Son personas que tiempo atrás visitaron regularmente a tu padre y compartieron tu preocupación por cómo avanzaba el Alzheimer, vinieron con cajas de guantes y apósitos para enseñarnos cómo debíamos hacerle las curas, o nos acercaron hasta la puerta las grandes cajas de pañales para nuestros mayores dependientes. Son personas que te conocen por tu nombre, saben de tus dolencias, y saben dónde vives, que te escuchan, siempre escuchan y responden con afecto. A ellos y ellas también les conocemos por sus nombres, sabemos que tienen padres y madres, hijas e hijos, y por eso también tienen miedo. Llevan demasiados días enfrentándose a una enfermedad desconocida con medios precarios pero con mucha dignidad, dedicación y entereza.

Por si fuera poco han cerrado los consultorios médicos en nuestros pueblos pequeños, no sabemos si para vaciarlos más o por esa inercia política que lleva a quitar servicios a los que menos servicios tienen. En nuestra consulta la voz de Carlos recibiendo a sus pacientes, saludando a las más ancianitas con un “hola guapísima, ¿cómo estás?” hace ya semanas que no se oye. Afortunadamente hace tiempo que nuestro médico rural nos facilitó su número de teléfono por si necesitábamos algo de él. Así, aunque a Carlos lo hayan movilizado para hacer frente a la pandemia sigue con nosotros, solo tenemos que llamarle y como siempre nos escucha con interés, toma decisiones y responde a nuestra necesidad transmitiendo tranquilidad.

También está Charo, rizos rojos escarolados, espléndida sonrisa, nos recibe siempre con un gracioso y musical “¿quéé, cómo estamos hoy?” o un “la veo muy bienn”, y nos repetirá esos consejos: “tenemos que andar un poco más”, y “hay que beber mucha agua”. Mientras nos pesa, toma la tensión, controla el azúcar o el sintrom y nos cura las heridas, nos habla de Galicia. Ahora con cara de cansada, los rizos recogidos y la sonrisa velada tras la mascarilla sale a la calle para controlar el sintrom, entra y vuelve a salir resoplando: es que somos muy pocos y estamos como bomberos sin traje y sin manguera.

A Merche le gusta viajar y la música que mueve el cuerpo. Está detrás del mostrador, o por dentro, detrás de las estanterías cantando bajito, como para sí. Resuelve fácilmente nuestras dudas y si alguna receta no está clara coge su teléfono: “vamos a llamar a Carlos y que nos lo aclare”. Es dispuesta y se adelanta a lo que necesitamos. Desde que esto empezó está seria y preocupada, ha notado un aumento de público que no son del pueblo sino de la ciudad, y piensa en su madre, muy mayor y delicada. Aun así, sigue trabajando con su coche arriba y abajo llevando los medicamentos hasta nuestra propia puerta para que no tengamos que salir de casa

Todas estas personas no son héroes, son de carne y hueso, con vocación de cuidar de los demás a riesgo de su propia salud y la de los suyos. Ahí están día tras día afrontando lo más duro de este azote que hace tambalear todas las sociedades de este maltratado planeta. Son solo un ejemplo de las miles y miles de personas que trabajan en muchos otros ámbitos cuidándonos y haciendo nuestra vida más fácil.

Desde esta tierra poco poblada, que desprende olor a leña quemada los lunes, martes y todos los días fríos del año, hoy empieza a oler a lilas.

Con admiración, orgullo y gratitud a todas aquellas personas que luchan por todos nosotros y por un mundo mejor, como Carlos, Charo y Merche.

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