Doce Días Mágicos: tiempos de vaquillas y cencerros

MIRAFLORES ANTIGUO

Nuria Ferrer

Da comienzo la época de las mascaradas de invierno, rituales de origen prerromano identificados en el Cristianismo con el periodo que va desde la Navidad al Día de Reyes. Era en este momento, en torno al solsticio de invierno, cuando también los romanos celebraban una importante fiesta en honor al dios Saturno, patrón de las labores agrícolas: las Saturnales. Además, el 25 de diciembre se celebraba el culto siríaco al Sol Invicto. El Cristianismo supo adaptarla como una fiesta donde se celebraría el nacimiento de Jesús.

Los Doce Días Mágicos se celebraban para rememorar el mito del eterno retorno al que nos acercó Eliade Mircea. Es la repetición cíclica de la creación cada Año Nuevo, momento liminal, de caos, donde el tiempo queda anulado y los ancestros nos visitan para examinar lo que hemos hecho en este año, atrayendo el bien mediante la fertilización del campo, de los animales y de las personas; o la desgracia mediante la enfermedad y la muerte.

 

La finalidad de las mascaradas era intentar ahuyentar el mal haciendo mucho ruido a golpe de cencerro y asimismo favorecer la fecundidad de la tierra y de las mujeres. En este caso la mascarada tenía como protagonista la figura (simulada) de una vaquilla que acompañada de los mozos portando grandes cencerros, perseguía y embestía con sus cuernos a toda la gente del pueblo, en particular a las mujeres. Posteriormente, dado su origen pagano y para no desaparecer tras ser prohibidas durante el Cristianismo, se trasladaron al Carnaval y fiestas de otros santos (San Sebastián, San Ildefonso, San Blas, etc.), diluyéndose su memoria primigenia con el devenir de los tiempos. Los pueblos del norte y noroeste de la actual Comunidad de Madrid así las celebraron durante muchísimo tiempo.

Pero la sociedad actual ya no cree en estos rituales, ya no vivimos en un tiempo cíclico, ya no nos comunicamos con nuestros ancestros, ya no necesitamos aprender de ellos. Hemos madurado como sociedad y no necesitamos el mundo rural, ni la naturaleza, ni siquiera a los animales que habitan en ella, ni mucho menos las tradiciones que nos unían con todo ello. Ahora nos bastamos nosotros solos para perdernos y desaparecer dentro de un tiempo que volverá a ser liminal, de caos, pero donde las hogueras ya no contendrán fuego. Ese será nuestro futuro (¿eterno?).

Por eso ha llegado el momento de recoger toda la información posible que aun quede en la memoria atesorada por los mayores de todos los pueblos que las celebraron y documentarlo antes de perder las raíces de nuestra identidad para siempre. Desde aquí mi más sincero agradecimiento a los pueblos de la Sierra Norte y sobre todo a la gente que me ha dedicado un ratito de su tiempo, y un llamamiento a los pueblos que aun me quedan por recorrer para hablar con todos aquellos que quieran aportar su granito de memoria en este proyecto, como Berzosa de Lozoya, Cervera de Buitrago, Horcajuelo, Manjirón, Miraflores de la Sierra, Paredes de Buitrago, Pedrezuela, Piñuecar-Gandullas, Prádena del Rincón, Puebla de la Sierra, Redueña, Robledillo de la Jara, Serrada y Valdemanco. 

Después seguiré camino hacia los pueblos del noroeste de la Comunidad de Madrid. No duden en ponerse en contacto conmigo si así lo desean en mi correo electrónico (nferrerg@hotmail.com)

 

Gracias a todos y ¡Feliz Año 2020!

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