Chimo Marcos
Por primera vez me pongo a escribir en negativo. Es decir, pues no sé explicarlo mejor, que he leído un libro; una novela realmente, de las más famosas del mundo literario estadounidense, del que no entendí nunca el por qué de ese éxito y ahora, que lo releo, 45 años después, me reafirmo en que no entiendo de qué van los norteamericanos con este libro. Lo he leído en ambas ocasiones tanto en inglés como en las que creo son buenas traducciones y mi asombro no cesa y si acaso se incrementa.
Acepto que la época es muy distinta en lo que a modos y costumbres, religión y/o ética se refiere a la de los primeros cincuenta (el libro es de 1951) con la actualidad. Acepto eso, sí, pero pienso que también leo y he leído libros buenos y malos de esos años y posteriores, en los que ya no hay idénticas varas de medir pero en que la calidad, la oportunidad y el estilo literario de todos los otros son mejores con gran diferencia.
En breve, encuentro este libro soso, lento, disperso, inane casi y me siento personalmente agredido por los elogios, ensalzamientos y buenísimas críticas que todavía sigue teniendo. Me siento así porque me hacen creer que no sirvo para nada en la literatura, que lo que yo leo, he aprendido y escribo no tiene ningún sentido, no significa nada para el mundo, si en cambio ven todas esas exquisiteces en ese libro.
Algo que me parece tan malo como he descrito pueda tener esa aceptación general no llego a entenderlo, ni siquiera un poco y me hace temer por mi visión de la realidad, de la marcha de la literatura y por ello me lanzo a esta crítica con la esperanza de que algún lector que esté de acuerdo o, mejor, que disienta, se atreva a darme su opinión y me rebata cuanto digo, explicando, eso sí por favor, su punto de vista y su apreciación de la calidad o lo que sea de bueno que ese lector vea en «El Guardian entre el centeno».
De antemano, mil gracias.