Libertad de expresión

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Desde PEÑALABRA – José de Villamisar.

Cuando yo era muy chiquito, allá por los años no sé cuantos, en mi pueblo había «carreteros», «carreteros» que hoy llamaríamos transportistas, pues bien, esos carreteros transportaban en sus carros, tirados por preciosas parejas de bueyes, que hoy harían las delicias de los clientes del «Capricho», del «Asador Donostiarra» entre otros, decía que transportaban carbón desde la mina hasta la estación del ferrocarril, que a su vez lo llevaba a un lugar muy lejano y rico, que se llamaba Bilbao, para allí alimentar térmicas y otras industrias manufactureras.
Esos carreteros, juraban mucho, con sus blasfemias escandalizaban a pequeños y adultos, se acordaban de la Virgen Santísima y de todos los Santos del Cielo, pero por eso no dejaban de ser magníficos profesionales y excelentes vecinos, que redimían sus pecados por Pascua Florida, cuando el Cura D. Prisciliano, después de confesar y con una penitencia de tres Avemarías les perdonaba todos sus pecados.
Sin embargo, esos «carreteros», no estaban orgullosos de su comportamiento y sus blasfemias, y cuando alguien ajeno a la profesión les escuchaba, pedían perdón y se avergonzaban de ello.
En estos últimos carnavales, en Santiago de Compostela, el humorista o dramaturgo Carlos Santiago, fue el encargado del pregón carnavalesco, durante su discurso hizo alusiones a los «huevos» del Apóstol Santiago e hizo insinuaciones sobre felaciones de la Virgen del Pilar al Santo.
Ni que decir tiene, que la Iglesia Católica, por boca del Arzobispo de Santiago, condenó los hechos calificándolos de despreciables y convocó a sus fieles a un acto de desagravio en la Catedral compostelana. No esperó el Sr. Arzobispo, como haría D. Prisciliano, a que en Pascua Florida Carlos Santiago fuese a confesarse.
El Pregón desató una mini-tormenta política, entre diversa formaciones en favor y en contra.
Lo malo del Pregón del Carnaval de Santiago, no fue lo que se dijo del Apóstol o de la Virgen del Pilar, que comparado con lo que decían los «carreteros» de mi pueblo no tienen la categoría de pecado. Lo malo es que la sociedad actual, la más culta de la historia, sus ídolos, a diferencia de los «carreteros», no se avergüenzan de su mala educación ni de su estupidez, por el contrario, presumen de ello. Lo terrible es que esas personas exhiben su mala educación desde los balcones del poder y cobrando del erario público.
Lo malo es que, lo que muchos «carreteros» de mi pueblo consideraban una excrecencia antisocial, se percibe ahora como una señal de modernidad y de libertad, que solo puede ofender a los indeseables mea-pilas.
El problema no es que haya un maleducado que cobre por blasfemar en público, sino que el poder civil se vea obligado a disfrazar esas «lindezas» en libertad de expresión.
El escándalo no es que haya «blasfemos», siempre los hubo, sino que la histórica, monumental y bonita ciudad de Compostela, patrimonio de la humanidad, se represente así, con un tonto diciendo bobadas sin gracia, un público aplaudiendo y un alcalde defendiéndole. ¡Eso sí que da pena!.
No todo cabe amparándose en la libertad de expresión, lo primero y fundamental es respetar a los demás, aunque no piensen como tú, de lo contrario mal vamos.
Ya lo decía D. Quijote a su escudero: «Sancho, camina, pero no interrumpas a los demás.»

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