AVES DE LA SIERRA NORTE. LA LECHUZA

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Un fugaz y claro reflejo en la oscuridad de la noche. ¿Ha sido real?
El vuelo silencioso de la Lechuza común (Tyto alba; Tyto del griego: onomatopeya de búho, alba del latín albus, blanco) la hace pasar desapercibida pero, por otra parte, su color blanco la delata, especialmente en la oscuridad. Si solo la escuchamos y no conocemos su canto, resultará cuando menos inquietante. Es un siseo, como una puerta que roza y, va adquiriendo más intensidad. Se puede comparar con el silbido de los ofidios. Es por ello, por lo que su voz ha sido utilizada frecuentemente en las películas de terror. La dama de la noche, como se la denomina entre los aficionados a la ornitología, siempre asociada al misterio por ser una rapaz nocturna, no ha recibido buenas críticas del ser humano. Sin embargo, en la antigüedad era venerada y citada, por ejemplo, como mascota de Minerva, diosa de la sabiduría; de hecho, es el símbolo que la representa. Esta admiración cambió hace ya muchos siglos. Su costumbre de ocupar los campanarios ha suscitado comentarios como el de su avidez por el aceite, acusándola de beberse el de las lamparillas de las iglesias. En algunas regiones del norte de España, se la relaciona con la muerte: si la lechuza ocupa tu tejado, sufrirás desventuras; si la escuchas anuncia tu fallecimiento. Se ha dicho que las brujas llevaban lechuzas a las cuevas en sus aquelarres, ligados al diablo. Y, como casi siempre en estos casos, son leyendas alejadas de la realidad. Ave estrechamente ligada al hombre, anida en edificios antiguos, siempre en la parte alta, buscando la tranquilidad: desvanes, graneros, pajares,…, donde tiene facilidad para encontrar su alimento principal: los ratones. Es por ello por lo que, ya sea en casas o en terrenos de cultivo, la lechuza siempre le prestará un buen servicio a su propietario. Tan común como en los pueblos resulta en paisajes abiertos, ocupando huecos de árboles, cuevas o acantilados, ruinas, etc; ausente en bosques densos o zonas de alta montaña.
En nuestro país, donde está ampliamente distribuida, al igual que en buena parte de los continentes, podemos encontrar dos subespecies: Tyto alba alba, la más común y reproductora y Tyto alba guttata, presente únicamente en invierno, de coloración más oscura, que cría en latitudes europeas más septentrionales. Nos centraremos en alba alba. De tamaño medio y fornido, su longitud es de 35-40 cms. y envergadura cercana al metro, posee largas patas con dentadas garras y voluminosa cabeza. El contraste es marcado entre su parte frontal y dorsal, resultando íntegramente blanca por delante y, con plumas doradas salpicadas de grises y oscuras motas, conformando su espalda. Si algo resulta llamativo en esta especie es la cabeza, más concretamente su disco facial, compuesto de finas y apretadas plumas cortas y rígidas, rodeadas en su perímetro por otras de color dorado, que dibujan su cara en forma de corazón. Esta estructura blanca, su cara, es conocida como gola, de vital importancia en la captación de sonidos, ya que estas plumillas cubren sus paneles auditivos, cercanos a los ojos. De pico corto y curvo además de grandes y redondos ojos negros, posee muy buena visión nocturna. Aunque si algo destaca en este ave es la capacidad auditiva. Puede detectar el más mínimo sonido, lo que le sirve para localizar a sus presas. Al lanzarse sobre ellas no emite ruido, sus amplias y largas alas tienen las plumas dispuestas especialmente para resultar silenciosas al agitarlas, sorprendiendo al desdichado roedor, lagartija, pajarillo, murciélago, langosta e incluso en muy raras ocasiones, a la misma comadreja. Es conocida la aptitud prensil de sus garras para posteriormente, triturar con su pico los huesos de la víctima, antes de ingerirla comenzando por la cabeza. Sabemos de la dieta de esta y otras rapaces nocturnas, por las bolas que regurjitan una vez digerido su alimento, conocidas como egragópilas, compuestas de los huesecillos, pelo y otras materias que no llegan a descomponer sus jugos gástricos. Suele utilizar para comer posaderos habituales, donde encontraremos un gran acúmulo de ellas. Las egragópilas son de gran importancia en muchos estudios científicos, revelándonos muchos datos de los animales que capturan. A finales de febrero las lechuzas entran en celo, prolongándose este hasta el mes de octubre, aunque se tienen referencias de nidadas en todos los meses del año. Generalmente realizan una única puesta pero, si hay abundancia de alimento repetirán con una segunda. Cuando la primera fracasa, es frecuente una puesta de reposición. El nido es simple, utilizando cualquier hueco tranquilo; apenas usa materiales, a veces sus propias egagrópilas para tapizarlo. Ponen de cuatro a siete huevos, con un desfase entre ellos de dos días, lo cual provocará pollos de distintos edades ante una imprevisible falta de alimento; es normal el canibalismo si esto sucede, para que al menos sobrevivan los pollos más crecidos. El periodo de incubación se prolonga durante 30-33 días desde la deposición del primer huevo y, lo lleva a cabo únicamente la hembra, encargándose el macho del aporte de sustento. Tras la eclosión, las cebas son realizadas por ambos sexos aunque regularmente lo hace la hembra. Con 50-60 días de vida los jóvenes adquieren la capacidad de vuelo, aunque aún no se independizarán, permaneciendo cerca de sus padres varias semanas, en ocasiones hasta transcurrido mes y medio.
Las lechuzas tradicionalmente eran comunes, existían en casi todos los pueblos. De un tiempo para acá esta situación ha cambiado, resultando mucho más llamativa su localización. Bien es cierto que sus poblaciones siempre han sido fluctuantes, en función de la disponibilidad de alimento de cada temporada; de este modo la gran cantidad de pollos nacidos en años buenos, compensaba el número escaso de los malos. Sin embargo, la tendencia poblacional en las últimas décadas es negativa. Sufre varias amenazas: molestias humanas, tapando los huecos donde crían; pesticidas y herbicidas que las envenenan además de concentración parcelaria, en la agricultura; atropellos frecuentes, colisiones con tendidos eléctricos,… Catalogada como «En peligro» en el Libro Rojo de las aves de España y «De interés especial» en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas. Es por todo ello por lo que opta, y es muy probable que sea la elegida, a Ave del Año 2018. Perder a las lechuzas sería perder algo muy cercano, muy nuestro. Cotidiana y beneficiosa además de única, es una especie muy singular. Deberíamos sentirnos orgullosos si la dama blanca se instala cerca. Feliz Año 2018, probablemente el de la Lechuza.
Miguel Ángel Granado

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