BRÍGIDA ALONSO Un siglo y seis años de marcas de identidad

BrigidaAlonso17

Angel Luis Hernanz
(Alumno del taller de escritura de Pedrezuela)
Los accidentes geográficos de su cara son la viva historia de Brígida. O lo fueron. Pero de «su» historia y de «nuestra» historia. O acaso hay alguien que no vea en esas marcas en forma de arrugas las vivencias de nuestra Sierra Pobre de Madrid. Son trocitos de existencia compuestos por penas y alegrías que la vida fue esculpiendo y depositando como muescas incrustadas en cada pliegue. Veamos en detalle:
– Esas cejas arqueadas con altivez como respuesta decidida a los atropellos de las fuerza vivas. Ellos manejaban los destinos de la localidad sin posibilidad de alternativa que, aunque se supiese que existía, nadie –ni ella tampoco- se atrevió siquiera a sugerir.
– La nariz escasa que apenas soporta el peso de las gafas de carey es una muestra de una belleza pasada que supuso requiebros y persecuciones. Declaraciones en la penumbra del anochecer y proposiciones, tanto bienintencionadas como otras de carácter más impositivo. Para estas se hubo de buscar recursos casi al límite, para evitar intenciones nada dudosas y que hubieran quedado impunes de haberse llevado a cabo porque nadie las podía rechazar.
– Las mejillas se ven hundidas por la ausencia de dientes. Pérdida a la que tal vez contribuyera la asistencia a sucesos que obligaban a apretar con rabia sus mandíbulas, conteniendo el grito, el llanto o los reproches reprimidos por la inconveniencia de la situación. Sentir el dolor aplastado entre las muelas hasta doler las quijadas y no abrir la boca.
– El mentón prominente. Ese mentón que caracteriza la determinación de la persona. Que es testigo de toma de posiciones a veces tercas. Decisiones que marcan una existencia. Que por más que te aseguran que has tomado de forma errada jamás corregirás. Y es que a veces es necesario confundirse para comprobar las consecuencias que suponen nuestros errores.
– Orejas finas y delicadas. Oídos que ya no oyen, pero que la convirtieron en cómplice de sucesos tan tiernos y amables como las primeras risas de un hijo y otros tan duros y rechazables como los últimos reproches de la persona a quien tanto quisiste.
No deja de ser una elucubración. Una ensoñación que la mente ha creído captar ante el estímulo de una imagen. Posiblemente porque queremos vernos cómplices de sucesos vitales que imaginamos comunes. Sabemos a grandes rasgos cómo se desarrollaron. También que cada persona los vivió desde distintas perspectivas. Pero esas marcas no engañan. Lo sé con certeza. Están esculpidas con el cincel de la historia. Y ese instrumento y la intuición pocas veces mienten.

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