Pedro Sánchez doblega al aparato que le convirtió en mártir

Ignacio Pérez Díaz
Las primarias del PSOE, que se dirimían en torno a dos proyectos y liderazgos abiertamente confrontados, han arrojado un resultado inesperado, no tanto en cuanto al ganador, sino a la más que considerable diferencia que ha separado a los dos principales candidatos, después de que el proceso de recogida de avales augurara una lucha reñida entre ambos.
Pedro Sánchez, defenestrado tras el dramático Comité Federal del 1 de octubre, se ha impuesto con contundencia sobre Susana Díaz, y él será quien a partir de ahora asuma el reto, a medio plazo, de unir al partido que él mismo contribuyó a fracturar, y a largo plazo, de ofrecer una alternativa de gobierno que le permita recuperar a aquellos electores que le dieron la espalda en las pasadas elecciones. Todo ello con un grupo parlamentario del que ya no forma parte, donde los partidarios de Pedro son minoría, y sin un apoyo mayoritario por parte de los gobiernos autonómicos y federaciones. El desafío que tiene por delante es enorme, pero Sánchez puede presumir hoy de haberle torcido el brazo al aparato del partido. Y es que el político madrileño ha salido victorioso con la mayoría de los dirigentes socialistas en contra, y con buena parte del establishment político y mediático vaticinando poco menos que el suicido del Partido Socialista si ganaba su candidatura. Ha sido la rebelión de las bases contra una dirección que cada día perciben como más atrincherada ante los cambios, y que para colmo encarnaba una Susana Díaz que los militantes identificaban con el continuismo y que ha demostrado una nula capacidad de autocrítica y una carencia de discurso y propuestas.
Pero ¿quién es realmente Pedro Sánchez? El político que hoy se presenta a sí mismo como el candidato de la militancia y de la verdadera izquierda, que hizo del «no es no» su principal fortaleza y arma electoral a nivel interno, no es sino el resultado del aparato al que ahora pretende devorar. Esas élites socialistas son las principales responsables de su triunfo este domingo, pues fueron ellas las que le eligieron en 2014 como su candidato. La propia Susana Díaz le apoyó frente a Eduardo Madina, ya que consideraba a Sánchez el mejor candidato para allanarle el camino hacia la Secretaría General, paradojas del destino.
Esos mismos que avalaron a Sánchez desde sus inicios asumieron su victoria como propia y por ello le tutelaron muy de cerca, determinando su política de alianzas y líneas rojas, sellando un pacto con Ciudadanos hace poco más de un año. Dicho acuerdo con los de Albert Rivera contó con el beneplácito de los mismos medios que ahora cargan ríos de tinta en su contra y le comparan con el ala más izquierdista del laborismo británico que encarna Jeremy Corbyn, o con el malogrado socialista francés Benoît Hamon.
Pedro Sánchez ha pasado en un tiempo récord de ser para muchos la solución para la estabilidad a representar la principal amenaza para la misma, lo cual le ha valido ya el manido calificativo de «populista», aunque es cierto que la campaña de las primarias de Sánchez podría catalogarse como tal. Y es que este ha sabido conectar con el sentir mayoritario de una militancia que cada día desconfía más de los intermediarios, articulando un relato sencillo, pero sumamente efectivo y movilizador, que le ha permitido dicotomizar el debate y llevárselo a su terreno, articulando sin duda el discurso más poderoso de los tres candidatos que concurrían a las primarias. La eficacia del marco sobre el que ha operado su campaña, planteando una disyuntiva entre «curar o cronificar la abstención» y contraponiendo un «partido de barones y notables» con un «partido de militantes», contrasta con el infructuoso marco que quiso imponer Susana Díaz entre un «PSOE ganador» y otro «perdedor», más fundamentado en la fe ciega en una futura victoria providencial de la líder andaluza que en los hechos contrastados. Tampoco la ayudó la escenografía con la que presentó su candidatura, rodeada de todas las grandes figuras del pasado, en un momento en el que las bases pedían cambio y renovación.
Por todos estos motivos, estas primarias socialistas podrían catalogarse de históricas, ya que por primera vez el que anteriormente fuera el candidato oficialista se presenta de nuevo, esta vez en condición de «outsider», y para colmo, gana. En este sentido, Sánchez constituye un caso inédito en la historia de nuestro país, una especie de Frankenstein de la política española que ha ido cambiando de discurso e imagen, pero que ha sabido surfear con éxito en la ola de indignación que levantó la abstención ante el Partido Popular, convirtiéndole en mártir los mismos que primero le encumbraron y después le descabalgaron, brindándole gasolina para recorrer en coche España y dotándole de munición electoral.
Con más fortuna que virtud, como diría Maquiavelo, pero demostrando una mayor audacia de la que sus rivales le creían capaz, Pedro Sánchez se ha convertido, de facto, en el nuevo líder del Partido Socialista. Si a partir de ahora este siguiera las recomendaciones del consejero florentino, debería ser responsable y tratar de ser generoso e integrar a los derrotados, sabiéndose más fuerte y con más autonomía que cuando ganó las primarias en 2014. De su éxito o fracaso él será el principal responsable.

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