Nuestra Sierra en el ocaso de la Edad Media y el alba de la Moderna

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El año de 1509 fue movido en Buitrago. Unos desconocidos acuchillaron a la salida de la villa a Márquez Fernández, el procurador del valle del Lozoya. El malogrado representante serrano llevaba en sus alforjas la resolución de un pleito en el que se dirimían los problemas entablados entre los pecheros y los hidalgos. Los que pagaban los impuestos –los pecheros- se quejaban de que unos cuantos de sus vecinos habían conseguido librarse de su pago por la vía de comprar la condición de hidalguía. No era poca cosa ser hidalgo en el siglo XVI. Aunque era el rango más bajo de la nobleza, libraba de apechar, al tiempo que hacía recaer la carga de los impuestos al resto de la población. Por supuesto, lo que Márquez tenía en sus alforjas era la decisión del concejo de Buitrago de no aceptar esa compra de la hidalguía, a todas luces ilícita.
Los pecheros de Buitrago sospecharon desde el primer momento que las cuchilladas a Márquez las habían asestado estos nuevos hidalgos. Intuían que la solución del pleito no les había sentado bien, y recelosos de que les desposeyeran de la hidalguía, habían sido capaces de agredir al procurador. Había pruebas evidentes de su culpabilidad: se habían refugiado en sagrado, en una de las iglesias del mismo Buitrago.
¿Por qué los nuevos hidalgos resolvían sus cuitas a cuchilladas? Por supuesto, porque querían disfrutar de una condición económica que les librase de pagar los incómodos pechos. Pero también, porque querían apuntalar su condición social en un momento de expansión económica. En realidad, los agresores eran campesinos enriquecidos, que aprovechaban el buen momento de la economía serrana en particular, y castellana, en general. Hacía solo unos años que había habido malas cosechas, pero el panorama general era de un pujante crecimiento económico. Las cifras hablan de pueblos con una fuerte población: si hacemos caso al censo de 1528, en el Real de Manzanares había cerca de 13.000 habitantes y en el llamado sexmo de Lozoya eran 5.145. Resulta curioso: ¡17 pueblos de nuestra sierra tenían más población en 1530 que en 2013¡
Los campesinos enriquecidos que acuchillaron al procurador eran el ejemplo de una economía boyante. Pero esta fortaleza no logra encubrir que se estaba abriendo una cesura en la sociedad de la Sierra. Es cierto. Había campesinos cada vez más prósperos, y en el mismo Lozoya, no solo obtenían beneficios de la labranza. Aquí, el mediano cultivo del trigo se daba la mano con la abundante producción de lino en «heredades suyas propias», lo que permitía ya en 1528 una diferenciación social. Había «algunos ricos e otros de medianas haciendas e tienen razonable de ganados e buenos pastos». Otros, la mayoría, se debían contentar con unos ingresos que apenas daban para cubrir las necesidades básicas de las unidades domésticas. Si había posibilidad, una parte del excedente de los campos se llevaba al mercado. No solía ser así por lo general, y los más pobres de la Sierra solo tenían la opción de introducirse en las cuadrillas de destajeros del carbón, servir de cuidadores de ganado ajeno o hacer valer sus derechos de vecinos y beneficiarse del uso libre de los extensos terrenos comunales de nuestra comarca.
La agricultura daba sus frutos en forma de riqueza. Pero no era la única actividad de nuestros pueblos. La realidad es que la economía de éstos experimentaba el impacto de la expansión que estaba teniendo la ciudad de Madrid. Sus 10.000 habitantes de comienzos de los años 1490 eran cerca de 20.000 cuando Felipe II decidió establecer su Corte en la Villa en 1561. Y este establecimiento fue precedido de obras de acondicionamiento de las estancias reales, así como de la construcción de casas, iglesias y capillas por los privilegiados que seguían a la Corte. Y de las arcas del concejo madrileño salió un buen número de maravedíes para la construcción de puentes, edificios públicos y empedrado de calles.
A los pueblos serranos se les impelió a suministrar lo que tenían: materias primas y trabajo. Y así se desarrolló una industria de materiales de construcción que alcanzó una importancia de primer orden en nuestros pueblos, tanto si se trataba de madera como de piedra. Estos materiales procedían de los pinares y pedreras a cielo abierto de la Cordillera central (Rascafría, Bustarviejo, Guadarrama, Valdemaqueda). Mientras que los ríos que atravesaban las principales ciudades europeas facilitaban el suministro de madera y otros materiales de construcción –en París la madera bajaba flotando por los ríos desde Borgoña- en Madrid los costes del transporte terrestre aumentaban el precio final hasta un 15 por ciento, ya que requería del concurso de carretas tiradas por animales. Muchos de los que conducían estas últimas eran vecinos de los pueblos serranos, auténticas sagas familiares, como los Fernández y García de Guadarrama o los Martín de Rascafría.
Hasta aquí hemos mostrado a unos habitantes de la Sierra Norte que no despreciaban ninguna actividad para completar sus magros ingresos. No podía ser de otro modo, pues eran mayoría los que no tenían demasiadas alegrías que celebrar al cabo del año. Para este grueso de la comunidad serrana que no lograba tener satisfecha su subsistencia diaria era fundamental el recurso a los bienes comunales, ya hablemos de montes, dehesas, prados, cotos, entrepanes o el mismo agua. Era algo que sabían bien los de Lozoya. Y como vinieron tiempos peores, las consecuencias fueron trágicas. Así, cuando en 1629 un tal don Sebastián Suárez compró el señorío de Lozoya, se apoderó de sus comunales para apacentar sus rebaños de ovejas, los campesinos serranos corrieron a suplicar al nuevo poder que les permitiese seguir usando los comunales como lo habían hecho de forma inmemorial. Pero Suárez les respondió «que cuatro caminos había, que tomasen de ellos el que quisiesen y que se fuesen». Pasó el tiempo, pero los campesinos de Lozoya no olvidaron. En 1646 mataron a Suárez en esas mismas tierras antaño de uso común. Una historia tan dura como la de las cuchilladas del procurador de Buitrago que vimos al principio.
Todo lo que aquí os hemos resumido y muchas cosas más nos complacerá contároslas el próximo día 10 de enero de la mano de Ángel Carrasco Tezanos, uno de los mejores conocedores de lo que ocurrió en nuestra Sierra en la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna. De él procede el grueso de la información que aquí os hemos mostrado a modo de aperitivo, y de la que podemos concluir: ¡cómo se las gastaban los de Lozoya¡

Aula de Historia Social de la Uniposible
http://uniposible.es

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