Mucho antes del petróleo: la producción de carbón vegetal en la Sierra Norte

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En los montes de nuestra sierra se elaboraron buena parte de las 35.000 toneladas de carbón vegetal que Madrid consumió anualmente durante el siglo XVIII. En Manzanares, Miraflores, Guadalix, Torrelaguna o el valle del Lozoya cientos de trabajadores se afanaron en talar y quemar los pinos, robles y, sobre todo, los rebollos, que una vez trasportados a la capital, servirían para calentar las casas de los madrileños y cocinar sus alimentos. Fue un esfuerzo titánico que requirió de una organización tendente a que los 60 montes serranos que se carboneaban al año no dejaran de hacerlo puntualmente. Porque una vez que uno quedaba esquilmado debían pasar largos períodos de renovación de los árboles –de 7 a 15 años en el caso de los rebollos, y de 20 en el de los robles- para que pudieran volver a ser aprovechados en plenas condiciones.

Los encargados de esta organización basada en la rotación de los montes explotados eran los obligados o empresarios del carbón (su capital y especialización en el abasto de carbón les permitían acceder a las pujas que el ayuntamiento de Madrid hacía para el suministro urbano del combustible) y, sobre todo, los fabriqueros, muchas veces vecinos de nuestros pueblos que trabajaban a las órdenes de los primeros. Los fabriqueros eran hábiles en el manejo del utillaje necesario para emprender la corta de los árboles y en la elaboración de los hornos donde se carboneaba la leña. El conocimiento de la zona donde se podía carbonear les permitía acordar con los titulares de los montes –ayuntamientos, pequeños propietarios- sus condiciones de arrendamiento y uso. También conocían a quién podían reclutar como mano de obra auxiliar, es decir, a los mozos de fábrica y destajeros, muchos de ellos sus propios vecinos.
Los fabriqueros que trabajaron al comienzo del siglo XVIII para abastecer de carbón a Madrid han dejado muchos rastros documentales. De los 170 que facilitan información sobre sus negocios y lugar de vecindad, 57 son de nuestra sierra. Se trata de vecinos de Miraflores, Bustarviejo (8) y el señorío de Buitrago (10), a los que vemos desplazándose a localidades cercanas e incluso a la Alcarria. Eran fabriqueros locales que conocían los recursos de su área de procedencia e incluso de zonas más alejadas. Destacan apellidos como los Arias, Blasco de Juan, Castro, Pérez, Rodríguez, Salgado (en Bustarviejo), Frutos, González Colmenar, Martín, Martín de Matabuena, Morcillo, Nogales González, Palomino, Ramírez Madrid, Santos González (en Miraflores) y Álvarez, García, Sanz (en Villavieja). Pero también hay fabriqueros en Guadalix, el valle del Lozoya, Redueña, Chozas, Prádena o Manzanares.
Algunos inventarios realizados tras morir los fabriqueros permiten conocer la amplitud del área de sus negocios. Los hay que concentran su trabajo en una zona de no más de 20 km de distancia, como Pedro Rodríguez, que actúa en Navacerrada (El Boalo, Becerril, Mataelpino, Chozas). Otros tienen un recorrido más amplio. Manuel Álvarez trabaja para el obligado Lorenzo Peñamil, que hoy le manda a tantear montes a Guadalix y Bustarviejo, mañana a Cendejas de Enmedio y Bujalaro, y otro día a Usanos. En total, entre los sitios más distantes de una geografía que cubre el este de la sierra de Madrid y el noroeste de Guadalajara, median más de 100 km.
La movilidad se combinaba con la capacidad de adaptación a las condiciones de vida en el monte. La construcción de cabañas en las que protegerse de las inclemencias del tiempo habla de hombres acostumbrados al aislamiento durante el duro final del otoño y todo el invierno. Muchas de las contratas fijan el comienzo de la corta y fábrica para fines de septiembre y, sobre todo, para San Andrés, debido a que estas tareas se combinaban con otras actividades agrarias. En suma, la economía de estos trabajadores itinerantes se regía por la pluriactividad, de modo que los ingresos obtenidos de distintas tareas a lo largo del año, algunas en lugares distantes, se completaban con el disfrute de pequeñas propiedades agrarias y de bienes comunales en sus lugares de origen

 

Estos fabriqueros sabían cuando los pueblos atravesaban por malos momentos y podían presionarles para conseguir mejores condiciones para los obligados que les pagaban. Hay épocas en que estas urgencias eran comunes a los pueblos. Los fabriqueros lo sabían. En 1741, Lozoya vendió dos pedazos de monte para con su producto «salir de sus urgencias y otros gastos» y ese mismo año Guadalix vendió su monte para «satisfacer diferentes débitos que contra sí tiene y otras urgencias».
La creciente demanda de combustible por parte de Madrid hizo necesario el crecimiento en paralelo de la oferta de recursos forestales y, por ende, de acuerdos con los propietarios de esos recursos. Los obligados delegaban en los fabriqueros la negociación con los dueños de los montes. Estos eran mayoritariamente comunales, siendo los concejos responsables de su gestión. En general, las relaciones entre fabriqueros y pueblos fueron cordiales dado que ambas partes estaban interesadas en realizar la fábrica lo más rápido posible. Mantener la disciplina de destajeros y mozos era tan necesario como el concurso de los pueblos. Porque a la itinerancia, la dureza física del trabajo, el desarraigo familiar, el aislamiento durante meses…, se unían los problemas inherentes a la propia negociación de las contratas así como a la corta y fabricación. El celo de los pueblos en la vigilancia de la corta y fábrica se entiende en el citado contexto de apuros económicos por la presión fiscal de la Corona, así como en un intento municipal de controlar la conservación de los montes para futuras campañas. Si los representantes locales consideraban excesiva la extracción de la leña, se originaban problemas con los fabriqueros, que a su vez afectaban a los obligados.
En la actualidad, no somos conscientes del esfuerzo que en sociedades anteriores a la nuestra supuso calentarse y cocinar. Antes de que se produjeran los inventos que hoy nos permiten hacer nuestra vida más confortable, los hombres y mujeres que nos precedieron sabían que sobrevivir era toda una aventura rodeada de dificultades.

Aula de Historia Social de la Uniposible

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