El ferrocarril que construyeron los presos en Bustarviejo

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RECUPERANDO LA MEMORIA

Chema Guevara

En esta sección recogimos los testimonios que aportan generosamente quienes vivieron una época trágica y dolorosa de nuestra Historia. La Guerra Civil y la posguerra dejaron momentos difíciles que han sido enterrados en las memorias individuales de sus protagonistas. Es tiempo de que vean la luz. Este reportaje fue el primero de una serie. Fue publicado en el número 107 de Senda Norte en Diciembre de 2005.
Antonio nos recibe en su casa. Vive al otro lado de la Sierra. Su padre fue uno de los presos del franquismo que trabajó en la línea de ferrocarril a su paso por Bustarviejo. Recuerda cómo vivieron en una pequeña casa alquilada en el pueblo desde que su padre fue nombrado capataz y liberado de dormir en el destacamento. Se fue con 16 años cuando la empresa adjudicataria de aquel tramo ofreció a su padre, ya en libertad, seguir trabajando para ellos. Durante el tiempo que vivieron en Bustarviejo –unos diez años, entre los cuarenta y los cincuenta-, tuvieron muy buena relación con los vecinos y fueron la única familia de un presidiario que tras el cierre del destacamento siguió viviendo allí durante un tiempo. {phocagallery view=category|categoryid=263|limitstart=0|limitcount=0}
A su padre le detuvieron poco después de la caída de Barcelona. Cuando las tropas de Franco llegaron al pequeño pueblo del Pirineo oscense en el que vivían. Un vecino que pertenecía a una familia acomodada le denunció. Se había puesto la camisa azul para recibir a los fascistas y preguntado por aquel albañil, no dudó en asegurar que se trataba de un «rojo». Antonio insiste en que su padre no tenía ninguna adscripción política, que su único delito había sido hacer el servicio militar en Barcelona con el ejército republicano, y que sólo puede explicarse aquella acusación como una artimaña con la que hacer méritos ante los ojos de los recién llegados.
Ni él, ni quienes le acompañaron a prisión, pertenecían a ningún partido o se destacaron por sus ideas políticas. Estuvo los primeros meses de prisión en el «pasillo», condenado a muerte, escuchando a cualquier hora del día o de la noche los cerrojos de las celdas próximas y las detonaciones de los fusilamientos.
Al parecer, el mismo delator, quizá arrepentido de su vileza, se desdijo después de sus primeras declaraciones y eso hizo que le fuera conmutada la pena de muerte por 30 años de presidio.
Antonio tiene grabada en su memoria la imagen de su padre en la cárcel de Barbastro. Tenía cinco años. Él y su madre -a la que el gobierno había retirado el título de maestra por ser esposa de un condenado- se apostaban en un cerro próximo desde el que se divisaba el patio de la prisión.
Pasaban tardes enteras viéndole allí encerrado, saludándose por señas, después regresaban al pueblo de la familia de su madre que les ayudó a sobrevivir en aquellos años tan difíciles.
Trabajos para redimir penas

Estando en aquella prisión le ofrecieron la posibilidad de redimir parte de la pena con el trabajo en alguno de los destacamentos de trabajos forzados que se habían creado a lo largo y a ancho del país. Su padre no lo dudó, y en 1944 fue trasladado a Bustarviejo para trabajar en un tramo de la inacabada línea de ferrocarril que debía unir Madrid y Burgos. Allí a las órdenes del jefe de destacamento los presos excavaron el túnel a Navalafuente, construyeron el viaducto que salva el río, el edificio de la estación y la carretera de acceso desde Bustarviejo.
Antonio recuerda los primeros viajes desde el Pirineo para visitar a su padre; el terrible frío pasado unas Navidades en el pescante de un tren de madera. También, cómo vivían los reclusos en aquel edificio de planta cuadrada, con un patio interior, un barracón que hacía de dormitorio, la cocina, el botiquín, y una capilla…muy parecido a lo que luego vería en su servicio militar; las literas, el comedor, el rancho… En la ladera de un cerro próximo al destacamento existían unas pequeñas cuevas que eran utilizadas como refugio por algunos familiares de los presos. No recuerda que la vigilancia fuera excesiva ni que hubiera intentos de fuga, después de todo, el interés de los condenados no era otro que conseguir la redención de la mayor condena posible.
Las jornadas eran de entre ocho y diez horas. Los domingos no se trabajaba y se celebraba una misa en el destacamento. Antonio no recuerda que se produjeran altercados, aunque sí había quien intentaba agitar a los demás con protestas por las condiciones de vida o por la comida. Tampoco cree que ocurrieran accidentes importantes, pero sí momentos de grave riesgo, como el vivido a bordo de la jaula que suspendida desde un cable de acero acercaba a los presos al viaducto en construcción; en una ocasión, por un error en la maniobra, estuvo apunto de arrojar a su padre y a otros trabajadores al vacío.
Antonio habla de su padre con admiración y nos enseña una caja de tabaco meticulosamente tallada; es sólo una muestra de las muchas cosas que hizo durante el tiempo de presidio en Barbastro. Nos despedimos, y prometemos trasladar su saludo a la gente que conoce de Bustarviejo.

Los destacamentos penales

Los militares alzados en armas contra la República utilizaron mano de obra reclusa para la realización de obras públicas, además de servicios y favores destinados a sus seguidores más leales. Con la fórmula de redención de pena por el trabajo se acometieron reconstrucciones, embalses, canales de riego, carreteras, ferrocarriles, presidios, monumentos…, siempre para engrandecimiento del Régimen. No fue éste el único uso que se hizo del trabajo gratuito de los miles de condenados que abarrotaban las cárceles; industrias, minas, constructoras y un buen numero de empresas y particulares vinculados con el Régimen se vieron favorecidos por esa explotación laboral de carácter militar. Fue una cruel forma de humillar al vencido que pretendía justificarse con su efecto reeducador.
Los Destacamentos Penales creados por una Orden de Noviembre de 1939 fueron una de las variantes de ese sistema de esclavitud encubierta. Las empresas contratistas debían abonar al Estado la mayoría del sueldo de cada recluso –»el mínimo usual en la zona»- descontando la parte correspondiente a la manutención; el resto se entregaba a cada preso para pequeños gastos. Las horas extraordinarias solían pagarse directamente al trabajador o a su familia como forma de incentivar la realización de largas jornadas. El sistema tuvo su mayor auge durante los años cuarenta con 120 destacamentos y casi 16.000 condenados y disminuyó notablemente en los cincuenta, hasta desaparecer en 1970. La Colonia Mirasierra, construida por José Banús, fue uno de los últimos usos de esta modalidad de trabajo.
La utilización de Destacamentos Penales en la construcción de la línea de ferrocarril entre Madrid y Burgos se debió a la consideración de esta infraestructura como de máxima urgencia para el régimen franquista. Las obras se habían abandonado durante la guerra y el tramo entre Madrid y el río Lozoya, de difícil ejecución, era el más retrasado al finalizar la contienda. A lo largo de este trayecto se crearon los destacamentos de Chamartín, Fuencarral, Colmenar Viejo, Chozas de la Sierra (hoy Soto del Real), Miraflores, Bustarviejo, Valdemanco y Garganta de los Montes. El mayor número de reclusos estuvo en los destacamentos de la Sierra y a mediados de los cuarenta la población penitenciaria en sus municipios llegó a sobrepasar la cifra de 2000. La mayoría habían sido condenados por motivos políticos pero también hubo destacamentos como el de Garganta-Lozoyuela que estaban integrados fundamental mente por presos comunes (con la dificultad que supone durante esos años distinguir esa calificación por parte del Régimen). También Navacerrada tuvo su destacamento durante los años 1955 y 1956 para la prolongación de la vía férrea hasta el puerto de Los Cotos.

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