Jesusa Peñas «Lo que hace el amor»

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Jesusa Peñas escribe versos…y cuentos, leyendas y costumbres sobre su vida y la vida en Pinilla del Valle, su valle, el de Lozoya. Durante 20 años guardó en silencio las palabras que garabateaba de noche después de trabajar en el campo y atender a la familia. El pasado mes de mayo la Comunidad de Madrid publicó varios de sus escritos en un libro homenaje al Marqués de Santillana.
Una funda de colchón se le escapó en el río cuando lavaba y Jesusa Peñas pensó, como Santa Teresa, que la corriente era como la vida. Era 1973. Tuvo que tirar con fuerza para recuperar su funda. El esfuerzo también sacó una afición que aún mantiene a sus 70 años. Cuando volvió a casa, escribió su pensamiento. A partir de entonces no ha cesado de escribir.
Jesusa nació y ha vivido siempre en Pinilla del Valle. Tan sólo estudió dos años en la vieja escuela del pueblo, de los seis a los ocho. Muchas cosas que ha escrito se las oyó contar a a su abuela y a su padre, «que era una pequeña enciclopedia». De él aprendió «lo más esencial: amar al campo».
Conoce muchas plantas medicinales y especias que utiliza en la cocina; dice que el canto de los grillos es distinto durante el día o cuando anochece; asegura que las estrellas brillan más en enero y que cuando aparecen culebrillas o muchas hormigas es que va a llover; dice que el color de los árboles es distinto cada día en otoño, y resume: «¡Estoy enamorada del campo!»
La tercera de cuatro hermanos, de su padre heredó también la afición a la lectura. Recuerda que compraba el ABC a medias con un amigo y uno lo leía por la mañana y el otro por la tarde.
Ella, emulándole, recogía en la taberna los diarios atrasados y se los llevaba cuando iba a cuidar las vacas, y si encontraba cualquier papel escrito «me lo llevaba: una fuerza me impedía pasar sin cogerlo».
El primer libro que le impresionó fue Pepe IV, la cuarta parte de las aventuras de un muchacho que hacía travesuras. Pero su verdadera afición se inició a los 10 años con el libro que envió un pariente desde Barcelona: España, sobre todo, una antología de escritores clásicos españoles. «Lo leímos mil veces».
«Lo leímos», porque los cuatro hermanos se lo pasaban y a cada rato leía uno. Después fueron los folletines del periódico El liberal que le prestaba una vecina.
El primer libro que pudo comprarse fue una antología de novela corta universal en tres tomos que pagó a plazos cuando ya estaba casada.
Pasaron muchos años hasta que se le escapó la funda del colchón y comenzó a escribir regularmente.
Entretanto, Jesusa crió dos hijas a las que dejaba con su tía para ir a regar y cavar las huertas que tenían en la ribera del río Lozoya antes de que el pantano las inundara. «Como todas aquí». Recuerda que, mientras trabajaba con su cuñada, entró una máquina y les arrancó las plantas. Lloraron y les dieron «dos perras».
Se le quiebra la voz y dice que la gente de su pueblo, «al Canal, no lo pueden ni ver, porque nos sacaron a nuestros muertos». A su suegro, que murió el 25 de abril, lo desenterraron el 12 de mayo. Se lo llevaron en una ratona. «Los huesos de mi padre, los recogió mi hermana y los metió en un cajón, envueltos en una sábana. Tuvo mucho valor».
Después vino la Unión Europea y «tuvimos que vender las vacas por dos cuartos». Su marido y su hermano, igual que todos, tuvieron que ir «a ganar 13 pesetas, plantando pinos o donde se podía».
Recuerda con añoranza que «la ribera derecha del río estaba sembrada de huertos, y la izquierda eran prados, con unos fresnos frondosos y unas fuentecitas que era una divinidad».
Se fue haciendo a ver el agua junto a su pueblo y a labrar con más ahínco las tierras más duras que aún les quedaban. Se fue haciendo a la vida, esta vez no como todos, escribiendo sus recuerdos, añoranzas, las costumbres y lugares que ya no existen, y sus esperanzas en el futuro, su nieto Daniel, de tres años, a quien escribió un poema antes de nacer y a quien le cose una capa de Superman, como se cose ella su ropa o hace ganchillo, «como cualquier otra mujer».
Se ha sentido «sola, muy sola», dice hasta que se le va la voz. Ni siquiera contó al principio con el apoyo de su marido y sus hijas, que no querían que la gente la criticara porque escribía.
Después la ayudaron y tras 20 años, en 1994, un programa de televisión la llevó hasta las pantallas y le regaló la edición de su primer libro de poemas, Añoranzas y recuerdos. No se compró un vestido nuevo para la ocasión, porque no le gustan las apariencias. Un año más tarde publicó con al ayuda de su familia su segundo libro, Poesía entre los surcos.
Este año el presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, visitó Pinilla del Valle. A Jesusa le dio un impulso y le regaló uno de sus libros. «Vaya también por la memoria de tu padre», le dijo. «Yo le admiraba mucho porque era un hombre sincero, una buena persona». El presidente se emocionó y Jesusa le explicó lo que escribía. Al cabo de un tiempo recibió una carta en la que Ruiz-Gallardón le comunicaba que se pusiera en contacto con el departamento de publicaciones de la Comunidad de Madrid. Dos poetas en ambos extremos de la ladera, es el título que lleva el volumen, que recoge también la obra de Marcos Rincón. Dos poetas de la sierra para homenajear a otro poeta serrano: El Marqués de Santillana.
El extremo de Jesusa es aquel donde revolotea la mariposa, arde el carbón de roble y los mozos se acercan a la fuente para hablar con su amada.
Ahora acaba de terminar una novela corta, una historia de amor. La ha escrito de corrido, a mano, con bolígrafo negro, como de costumbre, en dos cuadernillos de grapas. Al principio escribía en los reversos de sobres o en cualquier papel. Luego deja que lo escrito duerma un rato y lo corrige poco.
Como en su novela, piensa que en la vida hay que tener mucho amor y pasearse mirando a los ojos. Levanta los suyos, pequeños, que se abstraen para que sus palabras salgan, y recita unos versos que el americano enamorado, el protagonista, le dedica a la tímida Lucía. «¡Lo que hace el amor!», y ríe.

Susana Sánchez de Ron

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