El Afilador: Un recuerdo de infancia

Le conocí siendo yo un niño y su imagen dejó una huella profunda en mí por su vestimenta, por su herramienta de trabajo y por la presencia que transmitía. Vivía yo entonces en la casa donde había nacido, justo a la entrada del pueblo, y desde allí escuché una melodía para mí hasta entonces desconocida y me asomé al pequeño balcón para averiguar qué era aquello.

Y allí lo vi. Un hombre empujando cuesta arriba un artilugio que no era una carretilla, pero que tenía dos manillas para dirigirlo, dos listones para apoyarlo en el suelo cuando se paraba, un cajón para guardar objetos, una rueda grande y dos ruedas de piedra de diferentes tamaños. Además, llevaba poleas, una tabla con una excéntrica que, con el pie, hacía que se moviera mientras trabajaba, y un martillo remachador, entre otras herramientas.

Vestía con un sombrero negro, una zamarra con grandes bolsillos —que le servía para el frío y la lluvia— y unas botas que parecían militares. Y por supuesto, su «chiflo» con el que anunciaba que había llegado el afilador. Aunque no era mayor, creo recordar que tenía el pelo blanco, barba de días y un mostacho considerable. Ese es el recuerdo que tengo del señor Gabino, quien después se convirtió en amigo debido a sus repetidas visitas al pueblo. Era gallego de nacimiento y serrano de adopción o por necesidad.

Trabajador incansable que recorría todos los pueblos de la sierra, empujando con paciencia y sin prisa, aquella especie de carro pequeño que le servía para casi todo y en el que transportaba toda su vida. No le prestaba atención al tiempo ni a las horas. Su rutina era fija y su recorrido siempre el mismo, visitando los mismos pueblos. Él ya sabía dónde se hospedaría esa noche, la siguiente y la otra. Contaba que, por hacer su trabajo en aquella fonda o en esa otra posada, cenaría y pernoctaría en las mismas casi gratis y feliz con su vida sencilla.

Cada mañana, nuestro amigo, tocaba su «chiflo» con forma de una cabeza de caballo, para anunciar que estaba listo para empezar a trabajar. También usaba otra señal: pasaba una hoja de guadaña rota por la piedra de esmeril, produciendo un ruido que se escuchaba en todos los rincones. O una tercera señal y era que utilizaba los puestos desde donde se daban los pregones para anunciar su llegada y disposición: «Se afilan cuchillos, tijeras, navajas, herramientas cortantes, hachas, hoces, podones, guadañas y todo lo que haga falta y necesite reparación». Los comerciantes y carniceros eran clientes habituales que valoraban su trabajo y su trato cercano.

Mientras trabajaba, conversaba con hombres y mujeres, compartía noticias del pueblo de donde venía y anunciaba dónde estaría al día siguiente. Así, día tras día, año tras año, su rutina permanecía constante. Con humor, sin posesiones, sin riquezas, amigo de todos, sin pueblo ni casa propia, casi sin nada.

Su figura, sin embargo, empezó a apagarse con el tiempo. Las chispas del esmeril, que muchas veces iluminaron su rostro, nublaron su vista, dejándolo casi ciego. Sus fuerzas menguaron, pero su espíritu permaneció intacto. En mi retina quedó grabada la imagen de la última vez que lo vi. Fue en la feria de San Miguel. Estaba sentado a la entrada de la misma, con un pañuelo en el suelo, pidiendo limosna. Algunos le ofrecían comida, otros dinero y él les devolvía una sonrisa aunque no distinguiera la cara del donante. A su lado, un perro dormitaba plácidamente.

Ya no estaban su carricoche, ni el esmeril, ni las herramientas, ni la guadaña del sonido chirriante. Sólo sus viejas botas, la zamarra remendada, el sombrero negro gastado, su alma y el recuerdo imborrable de un hombre con barba y pelo blancos, a quien conocí en mi infancia. Ahora, con casi noventa años, sigo escuchando sus palabras: “Las buenas almas de los buenos corazones den una limosna a un pobre anciano que no lo puede ganar”.

Este relato es un homenaje a Gabino, un símbolo de la tradición y la sencillez que aún perdura en Montejo de la Sierra. 

¡Va por ti, amigo.Va por ti, Gabino!

Rafael de Frutos Brun
Montejo de la Sierra

Septiembre 2025

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