Rosa Ortega Serrano
Estamos en verano, el mundo está en guerra y EEUU se apunta un “espectacular éxito militar” o un “No hay ejercito que pueda hacer lo que nosotros”, tiemblo frente al ordenador.
Con estos calores y el elevado índice de delincuencia de este país, mi crónica mensual era una pequeña fabulación sobre un mundo extraño que mezcla lo cotidiano con lo político. “Un grupo de vecinos todos ellos varones se sientan a coser y tejer, en la acera más ancha de su calle, aprovechan la puesta de sol. Hablan del trabajo, del colegio de los niños y del gobierno de España. Sus compañeras están en el bar, las mujeres de este pueblo tienen la costumbre de tomar algo antes de volver a casa después del trabajo. El bar lo lleva una mujer emprendedora. La tienda, su amiga. La alcaldesa cruza la plaza con un maletín lleno de proyectos para la comunidad. El cura de mi pueblo se llama Don Cristian.
No hay corrupción en el país porque el mundo ha cambiado de manos hace apenas unos años y todos los malos están en la cárcel. Tuvieron que habilitar un polígono industrial para encerrar a decenas de hombres y mujeres, empresarios y políticos, que miraban a sus semejantes conjugando el verbo estafar. Todo sucedió después del apagón, pero no a lo Saramago como en España y Portugal, sino el que provocaron Israel y socios frente a Irán y sus colaboradores.
Los jardineros estuvieron tres años en huelga y las plantas crecieron y se multiplicaron atrayendo insectos y pequeños seres invertebrados y felices. Llamamos a los especialistas, en este caso urbanistas, botánicos y ecologistas y nos dijeron que era una experiencia única que debería ser estudiada en las universidades.
Desde entonces vivimos en un mundo de expertos: Neurocientíficos para tratar el tema de la confianza entre semejantes y por qué solo aceptamos personas de nuestro partido político o club de fútbol. Psicólogos sociales, que nos explican por qué somos tan obedientes, tan conformistas y sobre todo tan tontos. Juristas que nos enseñan lo que está bien y lo que está mal. Sociólogos, comunicadores, detectores de mentiras, investigadores en ética comunitaria y filosofía de la resignación. Sólo nos faltan fontaneros, albañiles, carpinteros y demás personas útiles.”
¡En esta ficción andaba yo, cuando EE.UU. ha atacado Irán! Rescato un breve quiebro de Samuel Beckett “imagina si esto/ si un día esto/ un buen día/ imagina/ si un día/ un buen día esto/ cesara/ imagina” y me he puesto a imaginar, pero no en esta mezcla posible entre el mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell que les contaba al principio, sino en esa idea peregrina y recurrente del destierro a una isla desierta de todos esos líderes políticos, ególatras, genocidas, indeseables, corruptos. Si quieren pueden seguir la lista.
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