A los 13 años

Su padres fueron Fermina García y Marcelino González, nacidos en 1868 y 1867 respectivamente. Naturales de Montejo que, como la mayoría de los del pueblo, tenían algo de labranza, una raya de lanar aproximadamente, una yunta de vacas y algún cerril, una caballería, un par de cerdos de matanza y un huerto. Nuestro hombre de hoy era el quinto de cinco hermanos. Pedro (1895), Victoria (1896), Liboria (1899), Basilisa Anastasia(1901) y él, Juan, (1905). Formaban una familia más del pueblo.

Marcelino, el padre, era familia de los Cristóbal, primo carnal, y era también su pastor. Todos los años marchaba a «la Extremadura» con el ganado de los Cristóbal y el suyo propio. Para este viaje también se hacían acompañar por un zagal y Marcelino pensó que podía ser su hijo Juan, que ya tenía trece años, el zagal de ese año. Lo propuso y hecho. Se pactó también su salario, que sería la comida y librarle quince o veinte ovejas de costo. Y ya tenemos aquí a nuestro protagonista de hoy: Juan González, que sale por primera vez del pueblo para marchar a «la Extremadura» con trece años, para ayudar y obedecer al mayoral y al resto de pastores. 

Su vida en los seis o siete meses siguientes será diferente a todo lo que había conocido hasta ahora. Su chozo se convierte en su casa. Es una única estancia donde está la cocina, el comedor, la habitación y la sala. El servicio, el monte. 

Allí, en el nuevo «domicilio» no hay colegio, ni iglesia, ni otros mocetes con los que poder jugar, ni domingos, ni fiestas. Todos los días son iguales o muy parecidos y parecen más largos y duros que los días del pueblo. Allí la cama está en el suelo. Duerme al lado de su padre y no hay que quitarse la ropa para acostarse. Su padre no tiene reloj, pero si durante la noche sale del chozo y mira al cielo, exclama:— Según dónde está la Estrella y por dónde va el Carro y las Cabrillas faltan dos horas para que amanezca. — Padre, y usted ¿porqué lo sabe? —Por el tiempo hijo, por el tiempo.

Casi todas las noches, antes de cenar, se «echaban cuentas» de los acontecimientos del día o se leía algo, el que sabía, a la luz de un candil y allí se acercaban la Leona, el Terrible y la Lira, sin llamarlos, porque también sabían que era la hora de cenar.

A Juan le gusta el pastoreo y está aprendiendo, porque su padre es un maestro, que la Cordera Rabuda es hija de la Mocha que parió por las Candelas y que el manso del cencerro grande se llama Noble y era hijo de una oveja que mataron los lobos un día que hubo tormenta, motivo por el que se soltó el ganado por la noche. — Va pa´ cinco años, por san Marcos. Dice su padre.

Juan ve como entablillan a una añoja que se ha perniquebrado.Le han puesto unos excrementos tiernos de vaca en la juntura, un trapo húmedo envolviéndolo y tres tablillas sujetando. Aprende cómo curan con Zotal rebajado a la Orejas Caídas que ha criado gusanos y cómo tienen que sujetar a la Churra que parió dos borregos y no los quiere dar de mamar. Y así pasan los días y los meses y los años. Pues Juan volvió con catorce años, con quince, con dieciséis…

Y ya sabe Juan las varas que tiene una cañada, cuánto mide una legua, y los nombres de los pueblos marcados por la mesta por los que pasan los rebaños. Santillana, Moralzarzal, Campamento… y así hasta llegar a Abanójar o PuertolIano después de dieciocho días durmiendo al raso donde se hace de noche y manteniendo unos turnos de guardia al que le toca. Dieciocho días desde Montejo y dieciséis para volver. ¿Si es el mismo camino, porqué dos días más? La respuesta es sencilla. Al partir hacia «la Extremadura» las ovejas van preñadas y eso les hace ir más despacio. Al volver, vienen huecas, es decir, ya han parido.

Lleva Juan seis años «bajando a la Extremadura» cuando muere su padre de un carcinoma epiploico con 56 años. En ese momento Juan se hará cargo del ganado además de la labranza y de la casa y junto con su madre y sus tres hermanas sacarán la casa adelante. 

En estos seis inviernos que ha pasado en las cercanías de Puertollano, ha hecho aumentar la cabaña familiar y se ha especializado como pastor.En el año 1930, Juan y Macaria, su novia, deciden contraer matrimonio. Pero Macaria ha puesto una condición. Juan debe de renunciar a seguir trashumando con el ganado en cuanto nazca el primer hijo. Es en 1932 cuando nace Marcelino. María Remedios en 1935 y Francisco 1938. Fueron años felices hasta 1940. En esa fecha muere Macaria con 38 primaveras. Todas las ilusiones, todas las esperanzas y todos los proyectos en un momento se han esfumado. La situación es complicada en extremo. Juan y sus tres hijos, de entre ocho y dos años, se quedan desolados. 

Tuve acceso, después de unos años, a un pequeño diario, en el que nuestro protagonista escribió el cómo él veía que se presentaba el futuro y al leerlo se eriza el cabello. La vida, como la conocía, le iba a cambiar totalmente. La soledad, la tristeza, la añoranza, la melancolía… Además, su madre viuda y mayor, los niños pequeños, la casa, todo se le venía encima. Las ovejas, las vacas, las tierras, las colmenas. 

Pero en ese momento recordó cómo el empezar como zagal también supuso un cambio brusco en su vida y decide que también saldrá adelante. Así que este hombre de estatura media, enjuto, enamorado de sus hijos y familia, trabajador incansable, autodidacta y luchador se transforma y se hace gigante de espíritu y ambición y saca a su familia y hacienda adelante, eso sí, con mucho esfuerzo y trabajo. Casi no tuvo descanso hasta el final de sus días, siempre ejerciendo de obrero y de maestro. 

A los hijos varones les enseñó agricultura, apicultura y ganadería. A María le enseñó a cerner la harina, a cocer el pan y a llevar la casa, tareas que hubiera hecho Macaria. Un hombre capaz, trabajador y familiar. 

Juan, mientras estuvo en Extremadura no perdió el tiempo. Leía todo lo que caía en sus manos. Aprendió a llevar las cuentas. Estudiaba lo que podía. Y desarrollaba sus habilidades manuales. Conoció el esparto y sus aplicaciones. Fabricó lías, cuerdas y sogas. Con ellas hizo varias redes de carro para transportar la paja. Dicho así, parece que no es nada, pero si un carro tiene cinco metros de largo y la red dos de alto estamos hablando de una superficie de casi 30 metros. Y todo a mano. Hay que tener ganas para empezar una red. Y fuerza para tejerla y voluntad y esperanza para terminarla. Varios carros de Montejo llevaron sus redes y hasta de Prádena le llegó algún encargo. 

También se especializó en la fabricación de cestas de mimbre. Las hizo de todos los tamaños y modelos. De dos asas para llevar la ropa a lavar, para cargar leña, llevar patatas, sacar la basura… De un asa para la merienda, recoger fruta, guardar el pan…

Como las cestas no iban bien para el grano o la harina empezó con los escriños. Él cortaba, pelaba y echaba en mojo las zarzas que luego servirían para coser la paja de encañadura e ir levantando el escriño. También los fabricó para todos los usos.

Con el ganado no le fue mal. Pensó que sería bueno dejar las hembras que nacieran para vida y cría, por eso aumentó su cabaña, y engordar a los machos borros para sacrificarlos antes de que fueran padres. Además, aprovechó su atajo de ovejas para estercolar por las noches sus tierras consiguiendo una mayor producción agrícola. 

Fue pionero en otra actividad, la de apicultor, donde se formó de manera autodidacta. Y a fuerza de mucho trabajo y de fracasos y éxitos, además de muchos picotazos de las abejas, consiguió tener su apiario y producir la miel suficiente para endulzar la mesa de la familia. 

Juan, formó una familia, fue buen esposo, buen hijo, mejor padre y excelente suegro (se lo aseguro a ustedes). Se merece un recuerdo y por ello estos renglones.

Rafael de Frutos Brun

Montejo de la Sierra

Mayo2025

1 Comentario sobre "A los 13 años"

  1. Jesús Martín González. | 02/07/2025 at 6:18 pm | Responder

    Excelente historia contada con un buen guión por un buen escritor y una buena persona..Gracias Rafael…

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