Casi todos lo pueblos pequeños de menos de quinientos habitantes suelen estar retirados de los grandes núcleos de población y además se parecen mucho en su entorno, sus costumbres, sus viviendas y su modus vivendi. Un ayuntamiento, una iglesia, una ermita, la plaza, la escuela, el comercio, en alguno puede que farmacia y coche de línea diario; en fin, de todo un poco. La mayoría viven y han subsistido de lo que producían y sembraban. Han tenido sus vacas, sus ovejas, cerdos para la matanza, una docena de gallinas y alguna cabra, para tener para lo más básico e ir tirando.
Y en el pueblo que hoy nos ocupa pudo suceder o sucedió algo que voy a desgranar lo mejor que sepa. Como en casi todos los pueblos hay un río que sirve de mojonera con el pueblo de al lado y además tiene su nacimiento al juntarse dos fuentes que están a la misma altura. Una es El Reajo el Caño, la otra El Chorretón, ambas en la ladera de La Cebollera. Cuenta también con un arroyo, que no ha llegado a ser río, a lo largo del valle y por eso se le conoce como el Arroyo del Valle. El pueblo tiene 32 km2 situados a unos 1.140 metros de altitud y en sierra pero tiene su encanto y suceden cosas maravillosas que no deben quedar en el olvido cuando se han vivido con intensidad.
En el pueblo vivía un matrimonio con sus dos hijas, Esperanza y María. Como agricultores siembran trigo, algo de centeno, poca cebada y un huerto para el consumo de casa que alternan con un atajo de ovejas. Normalmente el pastor es el padre, al que suple los días que dedica a la agricultura, Esperanza, la hija mayor, que ejerce de pastora y a fe que lo disfruta, lo entiende y no le disgusta.
Esperanza es una mocita de buen ver que acaba de cumplir los diecinueve. Joven de buena estatura, morena, sin aliños donde sus cremas son el sol y el aire, con una larga trenza, que cuando va de pastora se recoge con un pañuelo de color que se anuda al cuello, y grandes ojos negros. Cuando va a soltar las ovejas, que duermen en los tinados de Lo Mesado, calza botas Chirucas, calcetines de lana, falda de flores, camisa, rebeca y delantal. Colgando en bandolera lleva una bolsa de tela de lunares. En ella porta la merienda, lana y agujas para hacer calceta, un libro, una libreta y lápiz, una navajilla y cosas femeninas. En la mano derecha, una garrotilla. Y todas las mañanas que le toca, por La Mata, La Pasada y El Camino de los Molineros llega al tinado en lo Mesado.
Al entrar busca a «la Mocha» para echar dos corderos a mamar (uno era de otra madre), da un bocado de pan «al Manso» y abre la puerta para salir con todas «a careo». Entraban por La Raya y casi siempre bajaban a la explanada a beber al remanso y al sestil. Su compañera, una perrita de nombre Lira, vigila a las ovejas, avisa cuando llega alguien y cambia la marcha del ganado cuando se lo mandan.
Por otro lado, todos los años, el día de San Marcos, se subastaba en la plaza quién sería el vaquero encargado de guardar las reses jóvenes y las que no eran «de tiro» sino «de vientre» y que pasarán entre la Sierra y El Chaparral los tres meses venideros. Remató la puja Juan, aunque el vaquero será su hijo Agustín. El padre le librará algún día y puntual le llevará la intendencia todas las semanas. Tenía el mozo 22 años y cumplirá los 23 en mayo, estando junto a las novillas y terneros. Buena persona, buena planta, amigo de la broma, mucha ilusión y curtido por el trabajo al aire libre. Durante el Servicio Militar había estado como voluntario en el Ejército de Aviación y ya estaba libre de cargas. Vestía un pantalón de pana, botas de cuero de media caña, una camisa de tirilla y una zamarra de piel de oveja, hecha por el padre de Juan que se ajustaba con unas correíllas en el pecho. Tocado con una visera de cuadros, al cinto una onda; en la morrala, un cuerno hueco, que le servía de vaso.
Su trabajo diario, consistente en el «careo», cuidado y custodia de los novillos, lo realizaba en El Chaparral, Reajosllanos, Los Cervunos y alrededores. Su residencia es la Choza de la Sierra y el ganado lo recoge por la noche en el corral. Choza y corral que aún se mantienen en pie. La puerta de la «casa» la cerraba con un armazón de avellano entrelazado con brezo y retamas de piorno. Dentro, dos camastros en el suelo hechos también con retamas y con helechos que cumplían la misión de colchón. En el centro, la lumbre; y colgado del techo, el caldero y los demás utensilios de la pared.
En el corral tenía una vaca mixta que subió recién parida, a la que por la tarde, después de que mamara el ternero, terminaba de ordeñar y así tenía leche para el desayuno y la merienda. Para cenar, por la noche, solía hacerse unas patatas con torreznillos o alguna conserva. De postre, arroz con leche o similar. Por la mañana se hacía unas buenas migas y daba cuenta de algún torrezno de la noche anterior.
Vigilándolo todo estaba Careto, un mastín de cinco años, con su buena carlanca por si los lobos venían buscando algún ternero descuidado.
Una mañana, una vez abierto el zarzo y estando el ganado al «careo», al llegar a la zona de Rozallano, cuenta las vacas y ve que le faltan tres. Las vuelve a contar y le siguen faltando. Son «La Piñana» y otras dos novillas. Decide bajar a la explanada por si hubieran bajado a beber agua.
Cuando llegó, allí se encontró a Esperanza leyendo.
—Vengo buscando tres novillas que…
—Yo no las he visto—contestó ella. Él descolgó, todo nervioso, el cuerno y bebió un trago de la fuente, sin saber cómo seguir.
—Siempre que vengo bebo…
—Lógico, es una fuente. Yo suelo venir a almorzar aquí porque se asiestan las ovejas bien y muy recogidas para luego salir ladera arriba descansadas— dijo ella.
—Alguna vez yo también vengo a comer aquí, así que nos veremos— contestó él todo azorado, —Me voy,que quiero encontrar…— pero no se iba. Volvía a llenar el cuerno y simulaba beber. Y repetía que se tenía que ir a buscar las novillas pero no arrancaba. Al final, volviendo la vista atrás enfiló ladera arriba con un —¡Hasta otro día!
Esperanza miró a su alrededor, por si veía las novillas, pero de donde no quitó la vista era de las zancadas que daba aquel mocetón apoyado en su vara al andar. Y en su mente se preguntaba: ¿Habrá entendido Agustín que he dicho que vengo aquí a comer algunos días? ¿Se acordará? ¿Vendrá mañana si no encuentra las novillas? Se ha despedido con un ¡hasta otro día! Y ha dicho que siempre que vengo bebo. ¿Qué pensará él de este encuentro? ¿Volveremos a coincidir? Y con estas cavilaciones se dirigió con su atajo de ovejas ladera arriba al empezar a caer la tarde.
Tres días no habían pasado cuando Espe, como la llamó Agustín, ayudada por su perra Lira, dirigió el atajo hacia la fuente con la esperanza de que se oyeran por la zona los cencerros de las vacas y algún estallido de la honda. ¿Estará dirigiendo la vacada hacia la fuente? Se preguntaba ella. Pero no escuchaba los mugidos de las vacas ni su lento caminar. Cuando llegó a la fuente se preparó la comida y aunque quería comer, la boca se le quedaba sin saliva, su nerviosismo aumentaba, le entraba calor desde la cabeza a los pies e incluso creía oír la voz de Agustín arreando a la manada. Se puso a hacer ganchillo, pero lo tuvo que dejar pues no daba una puntada a derechas.
Por fin, a lo lejos y pisando helechos entre unos brezos, aparecieron las vacas y Agustín detrás. Levantando la mano la saludaba a distancia. La sensación de calor que recorría el cuerpo de Espe era el mismo de primeros de agosto a mediodía.Y Agustín, todo nervioso, se tropezaba, y casi caía, al igual que se enganchaba en las zarzas y espinos que se encontraba en su camino al dirigirse hacia ella. En el reencuentro, al principio, frases cortadas. Las novillas, el tiempo, la primavera, los corderos…Él se levantó, tomó su particular vaso, fue a la fuente, lo llenó y se lo ofreció. Espe tomó un sorbo y respiró. Ya más relajados dieron cuenta de sus respectivas viandas compartiéndolas. Charlaron y tuvieron una sobremesa, mejor dicho sobrehierba, ya más tranquila acompañados de los sonidos de los cencerros y las esquilas de sus animales. Hubo un diálogo de palabras, miradas, amabilidad y confianza.
Aunque tú no te lo creas
sé lo que estarás pensando,
yo te quiero, tú me quieres
y nos estamos callando.
Se había encendido una hoguera. Tenían que procurar que no se apagara. Sólo había que alimentarla.
—Si quieres, el lunes te subes las ovejas a la Majá Chaparralero y yo «careo» el ganado en La Tejerilla.—Muchos días pasó esto o algo parecido. Aquella hoguera prendida cada día era su luz más clara y trasparente.
—En mi casa, anoche cenando, les dije que había comido en la Fuente del Encuentro contigo y dijo mi madre que, cuando iban al hilandero a aprender a hilar, tu madre se sentaba a su lado y ya desde entonces son amigas.
—¿Y tu padre?
—Mi padre no dijo nada; después soltó que eres un buen muchacho.También me dijo que el sábado, cuando subió él como pastor con las ovejas, había visto la vara de acebo que me tallaste con mis iniciales colgada de una viga del tinado con tu correílla. Le dije que me la habías tallado tú y mecontestó: ¿y la fecha? Mi madre, yo creo que sospecha algo, sobre todo después de ver el ramo de campanillas de Lairón que me regalaste.
La siguiente noche llovió. La lluvia de la noche trae un olor maravilloso a tierra mojada. Los brezos mantienen en sus pequeñas hojas las gotas, las plantas de pradera están agradeciendo al cielo su ayuda, retozan los corderillos con alegría. La temperatura es extraordinaria. Espe ha llegado a la explanada entrando por La Raya con sus ovejas; los novillos estaban en El Paso Malo y también bajan a beber al remanso. Espe, estaba haciendo calceta mientras esperaba la llegada de Agus, que es como le llama ella. Cuando se presenta ya empiezan a dar cuenta de sus viandas con total naturalidad. Ella le ofrece un trozo de queso: —Toma, es de lo que hacemos en casa—. Los bocados y las miradas se entremezclan como lo hacen los relámpagos y truenos en una tormenta. Las pulsaciones suben como la espuma. Al llegar al postre Agus saca un puñado de sabrosas fresas envueltas en unas hojas de acedera.— Las he cogido para ti en el Arroyo del Buey, son muy buenas y están fresquitas—. Dice él. Espe, con la mirada clavada en la mano de Agus, se acuerda del cantar que le escuchó cuando empezaron a encontrarse en la fuente:
Si no me puedes hablar
Con los ojos hazme señas
que en algunas ocasiones
los ojos sirven de lengua.
Al coger una de las fresas, sus manos se tocan. Se entrelazan los dedos. Se aproximan los cuerpos y se abrazan en un abrazo interminable donde se está firmando un testamento de amor que perdurará para siempre. Sin notario ni documento alguno. Dos amores que se funden. Las esquilas y cencerros suenan a gloria. Testigos Careto y Lira que dormitan tumbados en los helechos junto al abeto. Las ovejas y las vacas siguen en su lento pastar y rumiar indiferentes a todo. Sólo saben que de ahora en adelante tendrán que compartir la hierba de la explanada.
Pido a las autoridades de Medio Ambiente que esa fuente que tiene su manantial en donde se juntan o separan dos sendas de montaña, la de Antonio Lillo y la de Luis Gil, a partir de ahora se llame LA FUENTE DE LA ESPERANZA. Y que lo mismo que ha sellado la pareja su amor junto a la fuente, todos, con amor, cuidemos y disfrutemos de nuestro Hayedo y de todo lo que en él se encuentra.
La fuente nos sacia la sed. El Hayedo nos da la felicidad de poder admirarlo y disfrutarlo. Mientras la fuente mane un servidor la llamará LA FUENTE DE LA ESPERANZA.
Rafael de Frutos Brun
Montejo de la Sierra
Marzo de 2025
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