Rosa Ortega Serrano
Muchos de nosotros hemos tenido buena vida.
Eramos jóvenes, vivíamos en un país en construcción y todas las amarguras las habían padecido nuestros padres y abuelos. Nos fuimos pronto de la casa familiar y no era difícil encontrar un trabajito para ir tirando. Teníamos esperanza, podíamos estudiar, progresar e incluso intentar acabar con la lucha de clases.
Vivimos con amigos, pareja precoz o en comuna ¡que era más divertido! Nada en un bolsillo, nada en el otro, todo eran ganas de pasarlo bien.
Tuvimos hijos y les prometimos todo. Les criamos como únicos en un entorno de opulencia y capricho. Crecieron, y al enfrentarse al mundo se han encontrado con la lógica del mercado o lo que es lo mismo sin vivienda asequible, con trabajos precarios y enganchados a una realidad virtual que solo promete pero no otorga.
Los jóvenes de ahora han pasado la crisis financiera del 2008: recordemos que ese año estalla la burbuja inmobiliaria con consecuencias dramáticas en el empleo (especialmente en el juvenil), en la educación, en la sanidad. Cambia el modelo económico y aumenta la pobreza y las desigualdades.
En el año 2019 la pandemia de COVID, además del desastre sanitario, laboral y político nos muestra la parte más vulnerable de nuestra comunidad. Crece el control social y la maldita polarización política. Algunos decían que la sociedad se estaba acostumbrando a ser vigilada. Una vez más los trabajadores jóvenes, estudiantes, todos aquellos que están construyendo su futuro salen peor parados.
La desestabilización económica (por supuesto social y humanitaria) que supone la guerra de Ucrania, la OTAN, EEUU, Trump, las guerras comerciales con China, la destrucción de Gaza. Todas estas crisis y sus nefastas consecuencias envuelven la cotidianidad de los llamados millennials, es decir de los hijos de la generación Boomers, compañeros de la generación Z y padres de la generación Alpha.
Todo este trabalenguas generacional para contarles que me gustaría entender a los jóvenes cuando cuestionan las diferencias salariales entre su precario salario mínimo y las pensiones de sus padres.Creo que les juzgamos con excesiva dureza, al fin y al cabo este mundo con crisis climática incluida, le hemos construido/destruido nosotros.
En otoño y con la sierra quemada por el sol me proponía volver a hablar de la vivienda y de la también llamada generación de inquilinos. Solo un dato: me informan por vía telemática que un joven asalariado debería destinar el 93,3% de su sueldo para pagar su casa, poder vivir solo y dar tres pasos en zapatillas. Sin comentarios
Edurne Batanero es poeta y tiene 25 años. Dice que su forma de relacionarse con el mundo es leer, involucrarse y escribir. De su primer poemario “Infancia es una fruta”.
TENGO
Tengo los años que mi madre tenía
Cuando la conocí
Yo no tengo a nadie que escriba eso de mí,
Ni hipoteca,
Ni trabajo fijo, ni carrera y máster.

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