MUJERES SABIAS

-La vida se divide en tres tiempos: el que fue, el que es y el que será. De ellos el que vivimos es breve, el que viviremos, dudoso, y el que hemos vivido, inamovible- (SÉNECA, del libro SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA, EL OCIO Y LA FELICIDAD)

Este texto que reluce junto a las palabras del maestro, es una transcripción de las palabras de mi querida vecina, casi nada que añadir a esta voz cargada de emoción y conocimiento: “Yo fui pastora, pero comparada con mi hermana no fui pastora, fue ella la que se llevó toda la carga. Éramos cuatro hermanos. La vida del pastoreo era levantarse y coger la merienda para todo el día, tortilla, filetes de oveja empanados, olla de matanza. En mi casa no faltaba comida ni trabajo. En los meses de verano las ovejas dormían en la sierra y mis hermanos dormían con ellas, el resto del año las sacábamos a las 6 de la mañana y hasta la noche.”

“En las épocas de colegio perdíamos muchos días y lo acabábamos dejando. Mi madre alquilaba una habitación a la maestra del pueblo y por la noche daba clase a mis hermanos. Los inviernos eran durísimos, yo salía con un mantón que cuando se mojaba, sus gotas congeladas parecían estalactitas. -Salta, salta y deja el mantón para coger calorías- me decía mi hermana. Aparte de estas peripecias tenías que “carear” la sierra: la mitad para abajo estaba sembrada de centeno y todo el día sin sentarte ¡Yo tan pequeña no me valía para nada!”

“No solo era ir de pastora. Empezabas en mayo escardando algarrobas. En junio sembrar el huerto mientras las ovejas se “amurriaban” en el campo. “En noviembre mi padre pagaba 12 duros y la comida por un día de trabajo en la cosecha de patata. Era mi madre la que guisaba y llevaba la comida a los jornaleros” 

“Los cerdos, las gallinas, la huerta, la comida, los hijos, los maridos. Los hombres no hacían nada de esto, Venían cansados, se sentaban en “el poyete” y cuando se arreglaban iban al bar a tomar un chato (… uno tras otro -nota de la transcriptora). La vida era mucho más familiar, nos ayudábamos todos. Mi vecina Juana y su cuñada María no tenían mucho y mi madre les daba comida. Mis tías cocían pan y lo compartían entre familias. Mi madre cocía pan y hacia dulces, tortas de chicharrones y tortas dulces. Los jornaleros eran del pueblo.” Ellos iban a la taberna pero ellas no“ ¡Bailábamos sin parar!”    

Estas mujeres que han crecido trabajando, criando, suspirando por un rato de tranquilidad, se declaran felices por lo vivido y en espera de una muerte que les llegará, como a todos. Entienden bien los versos de TONINO GUERRA: “Pinela el campesino estaba atando las parras/ con espartos que llevaba sujetos a las orejas./ Mientras él trabajaba yo le hablaba de la ciudad,/ de mi vida que ha durado un parpadeo/ y del miedo que me daba la muerte./ Entonces, de repente, cesaron los ruidos que hacía con las manos/ y oímos un gorrioncillo que cantaba a lo lejos./ Y me dijo: miedo ¿por qué? La muerte no es aburrida,/ viene solo una vez.

Mientras mi vecina me contaba cómo había sido su vida, yo  comparaba su relación con el campo y la extraña ruralidad urbana que vivimos ahora. Pensaba que, aunque nos pueda la nostalgia, no volveremos a la vida en comunidad, al bajo consumo, ni a la juventud. Su sabiduría sirve para su familia y sus vecinos, pero si hubiera un banco de saberes sobre el cuidado de la tierra, albergaría sus enseñanzas y las de todas las mujeres que fueron pastoras y sabias. 

Por supuesto les recomiendo la exposición “EL LEGADO DE LAS PASTORAS” y el documental del mismo título. Ambos proyectos financiados por la Mancomunidad del embalse de El Atazar.

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